El primer rayo de sol se coló por la ventana al amanecer, dorando sus cuerpos entrelazados.
Isabella abrió los ojos lentamente, y allí estaba él: Francesco, dormido a su lado, con el rostro sereno y el brazo aún rodeando su cintura. Se quedó mirándolo en silencio, con una ternura que dolía. Después de todo, seguía siendo su refugio. Su tormenta. Su casa.
Francesco se despertó poco después, como si sintiera su mirada. Sonrió con los ojos aún entornados y besó su frente.
—Buenos días, esposa mía —murmuró con voz ronca.
Isabella sonrió apenas y apoyó la mano en su pecho.
—A veces me pregunto si esto es un sueño... si vas a desaparecer cuando despierte del todo.
—No voy a irme, Isabella. No otra vez.
Seguían envueltos en la manta, ella sobre su pecho, viendo cómo el sol nacía sobre los campos mojados. El silencio era cómodo, lleno de significados. Entonces Francesco tomó su mano, la apretó con firmeza y la miró a los ojos con esa intensidad que podía hacerla temblar sin tocarla.
—Quiero q