Por azares del destino, Yessica Sawyer, consigue el puesto de asistente para Markus Preston, el director de la revista de moda Glitz & Glamour. Al principio, Yessica ve este trabajo como una oportunidad de ganar experiencia en el mundo de la redacción para revistas, ya que ella no está para nada interesada en la moda sino que desea convertirse en periodista o redactora de un periódico o revista de noticias. Su contrato estipula que deberá trabajar para Markus por todo un año, sin ser despedida, y que el finalizar el mismo, él la recomendará para la revista donde realmente desea trabajar. Sin embargo a medida que van avanzando los meses, Yessica se adentrará no solo en el lado hermoso de la industria de la moda, viendo más allá de los desfiles, la ropa de marca y los accesorios caros, conocerá también el rostro feo de la misma. Descubrirá traiciones y muchos enredos mientras intenta no meterse en problemas con su tiránico y despótico jefe. Del cual, muy a su pesar y sin quererlo, terminará enamorándose.
Leer más—De modo, Señorita Sawyer, que usted desea abrirse camino en el mundo de la redacción. —comentó la mujer delgada de rostro amargado y ropas impecables, quien era nada más y nada menos que la directora de recursos humanos.
Mientras caminábamos por el estilizado pasillo del edificio , dejábamos atrás una hilera de modelos de largas piernas y entrábamos en su pequeña oficina.
—Supongo… que sabes que es difícil conseguir un trabajo de redacción en un lugar como este, y aún más siendo tú una recién graduada universitaria. Ahí fuera hay mucha, muchísima competencia para las pocas vacantes que se abren. Con todo, estos trabajos no están lo que se dice bien pagados, ya me entiendes.
Contemplé mi atuendo barato, de segunda mano y que para colmo no hacía juego con los inoportunos zapatos que me había puesto, (al romperse bruscamente el tacón de los que realmente debí ponerme) y me pregunté por qué me había tomado siquiera la molestia de asistir a la entrevista de trabajo.
Me vi de regreso en el diminuto apartamento de Layla, marcador rojo en mano, circulando anuncios en los que se ofrecía trabajo de medio tiempo, mientras me llenaba la boca de Cheetos de queso. Eso, si mi amiga no me echaba a la calle , porque habíamos acordado vivir juntas por un mes mientras buscaba trabajo, y yo ya llevaba tres mee s acaparando el sofá de su sala. Estaba por ponerme en pie y largarme de allí, cuando oí a mi entrevistadora añadir casi en un susurro:
—Sin embargo, debo decir que hace pocas horas se abrió una vacante muy buena. Esta es una oportunidad fabulosa, ¡y no estará disponible por mucho tiempo!
La contemplé con curiosidad, intentando descubrir de qué podía tratarse.
¿Una oportunidad fabulosa? ¿No estará disponible por mucho tiempo ?
Mis pensamientos corrían en mil direcciones a la vez.
¿La entrevistadora quería ayudarme? ¿ Yo le había caído bien? Arrugué el entrecejo.
Pero, ¿Cómo podía yo caerle bien?
Si yo ni siquiera había dicho ni pío, aún.
¿Y por qué mi cinismo saltó al frente, haciéndome sospechar que algo andaba mal, y que esa “oportunidad fabulosa” era demasiado buena para ser verdad.?
—Querida, ¿podrías decirme el nombre del director de la reviste Glitz & Glamour? —preguntó ella, mirándome atentamente por primera vez desde que nos sentamos. Hasta es momento, ella había estado tecleando furiosamente en su laptop.
Y mi mente estaba en blanco. Totalmente en blanco. No recordaba nada. ¡No podia creer lo que me estaba sucediendo¡
Durante mi adolescencia , había leído de pasada y sin mucho interés algunas revistas de moda, como. '’ The Most” “Vogue” e incluso “ Haute Couture” pero …
¡No había leído un solo número de Glitz & Glamour en toda mi vida!
¿ Para qué?
Al fin y al cabo, una revista de moda es exactamente igual a la otra. ¿ No?
¡Maldición!
Creí que me había preparado adecuado para esta infernal entrevista, pero todo se me estaba viniendo abajo por una simple y tonta pregunta.
Intenté hacer memoria…Glitz & Glamour, sí…
Eh…nop.
¡Maldita sea!
Era una revista de la que había visto sus portadas cientos de veces, en estanquillos y puestos de venta, yo incluso dudaba que la misma contuviera texto alguno, de seguro en sus páginas solo aparecían anuncios de accesorios costosísimos y un montón de modelos de aspecto enfermo.
—Lo…lo siento, parece que ahora mismo no consigo recordarlo, y estoy convencida de que ha de ser un hombre importante . ¡Todo el mundo debe saber cómo se llama, obviamente! Es solo que, en fin, las cierto es que la industria de la moda no es lo mío. Pero…perdone.—tartamudeé apenada y sintiendo como se me enrojecía el rostro.
La entrevistadora clavó su mirada de enormes ojos verdes en mí, y me sonrió con lentitud.
—Una respuesta honesta.- susurró. – es refrescante escuchar algo así para variar.
Pestañeé un par de veces, confundida. Creí que ella me regañaría por mi ignorancia, pero no lo había hecho.
Por el contrario, parecía complacida por mi respuesta.
—Markus Preston —dijo, casi en un susurro, con una mezcla de veneración y miedo. — el director de la revista Glitz & Glamour , se llama Markus Preston. Será mejor que no olvides ese nombre.
Durante un minuto entero ninguna de las dos abrió la boca, aparentemente , ella había decidido pasar por alto mi crucial tropiezo.
Me sentí aliviada, e incluso, agradecida.
En ese momento yo desconocía que ella, Sheryl ( así se llamaba) deseaba desesperadamente contratar a una segunda asistente para Markus.
Obviamente, yo no podía adivinar que ella deseaba evitar a toda costa que su jefe siguiera importunándola con llamadas a cualquier hora, de día o de noche para interrogarla sobre las posibles candidatas.
Era imposible que yo supiera que Sheryl deseaba desesperadamente encontrar a alguien, no importaba quién.
Solo necesitaba que si jefe no rechazara a la chica.
Y si yo ( quien había aparecida “ como caída del cielo” y para colmo no sabía ni jota de la fama de tirano de mi posible empleador ) tenía la más mínima posibilidad de ser contratada, por improbable que pareciera darás mis fachas y mi total desconocimiento sobre el mundo de la moda, quizás podría liberarla de las constantes quejas del jefe..
Sheryl esbozó una sonrisa breve y me anunció que iba a presentarme a una de las asistentes dos ayudantes de Markus.
— ¿Dos asistentes?- interrogué.
—Por supuesto —respondió ella, con cierta exasperación—. Él siempre necesita dos asistentes. Y estás de suerte, porque Alicia ha ascendido a redactora de belleza para la revista. Eliza , su segunda asistente, ocupará el puesto de Alicia y bueno...ya imaginarás que la plaza de segunda asistente ha quedado vacante.
Elevé las cejas.
—Mira, Yessica , sé que acabas de graduarte y probablemente no estás del todo familiarizada con la maquinaria del mundo editorial… —Hizo una pausa dramática mientras buscaba las palabras adecuadas— Es por eso que creo que es mi deber, mi obligación, decirte que tienes delante una oportunidad de oro. Markus … —Hizo otra pausa igual de dramática, como si estuviera haciendo una reverencia mental.— es uno de los hombres más influyente de la industria de la moda aquí en New York, y uno de los directores de revista más importantes del mundo. ¡Del mundo! La oportunidad de trabajar para él, de acompañarlo a eventos, de conocer a diseñadores y modelos famosos, no es algo trivial ni que se consigue con facilidad. En fin, está de más decirte que es un trabajo por el que darían un ojo de la cara millones de chicas.
—Mmm, sí, parece fantástico —susurré. Había venido a esta entrevista en busca de trabajo como repartidora del café, secretaria o encargada de la fotocopiadora. Eso era lo que dejaba entender el anuncio que había leído. Pero resultaba que por un golpe de suerte ( o de mala suerte) ahora me ofrecían trabajar directamente para el pez gordo.
Ella descolgó su teléfono, pronunció unas rápidas palabras y a los pocos minutos ya me acompañaba a los ascensores para que yo acudiera a prestarme con la otra asistente.
Mientras tanto, yo me preguntaba por qué Sheryl había querido convencerme con tanta a efusividad de obtener un trabajo por el que, supuestamente, millones de chicas darían un ojo.
Sin embargo, no tuve demasiado tiempo para pensar en eso.
Había pensado que Sheryl hablaba demasiado robóticamente , pero todavía no había conocido con Eliza.
Subí en el elevador hasta la decimosegunda planta y esperé en la recepción, decorada en colores gris y blanco de Glitz & Glamour. Transcurrió algo más de media hora antes de que una chica alta y delgada cruzara las puertas de cristal. Vestía una falda ajustada, de cuero, hasta la pantorrilla, mientras que su cabello rubio coronaba su cabeza formando uno de esos moños despeinados, rebeldes, pero glamorosos.
Su piel era pálida e impecable, sin una sola peca o mancha, y cubría a la perfección los pómulos más elevados que había visto en mi vida. No sonrió.
Simplemente se sentó a mi lado y se mantuvo mirándome, con una expresión carente de interés.
De repente, y sin siquiera decirme su nombre aún, la que supuse era Eliza procedió a describirme el trabajo. El tono monótono de su voz me dijo más que todas sus palabras juntas: Era evidente que ella había pasado por esa situación docenas de veces, seguramente dudaba mucho que yo fuera diferente de las demás chicas que habían solicitado el puesto y, por consiguiente, no estaba dispuesta a perder demasiado tiempo conmigo.
—Es duro, de eso no hay duda. Habrá días en que me trabajarás hasta catorce horas, no serán muy seguido, pero los habrá. —prosiguió sin mirarme aún.— Y es importante que tengas presente que no tendrás trabajo de redacción. Como segunda ayudante de Markus, serás únicamente responsable de prever sus necesidades y satisfacerlas. Eso incluye desde reservar su almuerzo en su restaurante favorito hasta ir con él de compras. Sea lo que sea, y a la hora que sea no podía as decir “ no”. Pero, siempre resulta divertido te lo aseguro. Este trabajo es increíble, te permitirá pasar un día tras otro, una semana tras otra, con este hombre absolutamente increíble.
Yo elevé las cejas, en consternación.
—Porque sí, lo es. Es increíble —añadió con un suspiro, y pareció más animada por primera vez desde el inicio de nuestra conversación.
—Suena estupendo —dije, y hablaba en serio.
Muchos de los amigos míos que habían empezado a trabajar inmediatamente después de salir de la universidad, ya llevaban seis meses en sus puestos de aprendiz y todos estaban descontentos.
La mayoría trabajaba para bancos, agencias de publicidad, editoriales, lo que fuera, todos estaban sumamente descontentos. Se quejaban de las largas jornadas, de los compañeros, de la política de la empresa, pero sobre todo del aburrimiento.
Comparadas con la universidad, las tareas que les encomendaban en sus respectivos trabajos eran absurdas e innecesarias, idóneas para un mono entrenado. Hablaban de muchas, muchísimas horas introduciendo números en bases de datos y haciendo visitas inesperadas a gente que no quería recibirlas. O clasificando años enteros de información en una pantalla de ordenador e investigando asuntos totalmente intrascendentes durante meses para que sus supervisores pensaran que eran productivos.
Todos juraban que se habían vuelto más tontos de lo que eran en el breve periodo de tiempo transcurrido
La industria de la moda no me atraía especialmente, pero prefería hacer algo «divertido» durante todo el día a hundirme en un trabajo tedioso.
El siguiente lunes, estaba yo en mi horario de almuerzo, había pedido en un sitio de comida rápida una hamburguesa con queso, tomate, jamón, lechuga...y mayonesa. Estaba disfrutando del jugoso sabor de todo, bajandolo con una malteadas y sentada a la mesa, cuando casi se me paraliza aquello al ver a Markus Preston sentarse con lentitud y ceremonia, justo frente a ti. Se mantuvo callado, contemplándome con sus azules ojos, y lo más extraño es que por primera vez desde que lo conocía su expresión no era reprobatoria, sino más bien nerviosa. Elevé las cejas. ¿Markus Preston, nervioso por hablar conmigo? No. Seguramente yo estaba imaginando aquello. Dejé mi almuerzo, y lo encaré. —Suéltalo ya. Di que estoy gorda, que me visto horrible, que vas a demandarme por difamación. Habla.— mascullé. Su boca se presionó en una dura línea, pero entonces casi a regañadientes, sus labios se levantaron y sé que estaba tratando de reprimir una sonrisa. —Lo siento —dijo. Y yo me quedé de piedra.
Había sobrevivido una semana en mi nuevo empleo como redactora para la revista City Buzz. Una semana sin tropezarme de frente con Markus o con Eliza, pero una semana en la que me había enterado (sin quererlo, por supuesto) de todo lo que había ocurrido en los tres meses anteriores.Fundamente, que Markus había roto su compromiso con la Señorita Hayley.— Públicamente, el ofreció un comunicado, expresando que la separación había sido de mutuo acuerdo y que no había mala sangre entre ellos.— Susurró Danielle, una de mis compañeras.—Pero pocas semanas después, comenzaron a salir fotografías de ella muy acaramelada, de paseo en Italia con el propio guitarrista de su banda.—añadió Silvie, elevando las cejas sujestivamente.Yo me limité a comprimir los labios, intentando no sonreír. Después de todo lo que me había hecho sufrir, el cabrón de Markus merecía que el karma se las cobrara.Trabajar para Citi Buzz era una distracción bienvenida. Esa primera semana había volado en una neblina de
—Un capuchino grande con vainilla, por favor —pedí a un camarero al que no conocía en el Starbucks de la calle Cincuenta y siete.Habían pasado casi tres meses desde la última vez que estuve allí haciendo equilibrios con una bandeja de cafés y pastas, luchando por llegar al despacho de Markus antes de que me despidiera por coger aire. Al recordarlo pensé que era mucho mejor que me hubieran despedido por gritarle «vete a la mierda» que por llevarle dos terrones de azúcar blanco en lugar de sin refinar.¿Quién habría dicho que Starbucks tenía semejante rotación de personal? No había una sola persona detrás de la barra cuya cara me resultará familiar, y eso hacía que la época en que solía ir allí me pareciera aún más lejana. Me alisé el pantalón negro de buen corte, aunque no de diseño, y me aseguré de que la vuelta de los bajos no estuviera manchada de nieve. Aunque sabía que toda la plantilla de una revista de moda concreta estaría en total desacuerdo conmigo, en mi opinión tenía un a
—¡Jill, deja de llamar a gritos a tu hermana! —vociferó mi madre sacándome de la pesadilla que me envolvía.Sin abrir los ojos, maldije a Markus Preston por inmiscuise en mis sueños y molestarme incluso en ellos.—Creo que todavía duerme. —Acto seguido, una voz aún más fuerte llegó desde el pie de la escalera hasta mi habitación— ¿ Yess, estás dormida todavía?—Abrí un ojo y miré el reloj. Las ocho y cuarto de la mañana. Dios mío, ¿a qué venía tanto escándalo?Estuve unos minutos dando vueltas en la cama antes de reunir la energía suficiente para incorporarme, y cuando finalmente lo hice todo mi cuerpo suplicó un poco más de descanso, solo un poco más.—Buenos días. —Layla sonrió a unos centímetros de mi cara cuando se volvió para mirarme—. Cómo madruga la gente por aquí Jill, Kyle y el bebé estaban en casa de mis padres por Acción de Gracias, de modo que Layla había tenido que dejar el antiguo dormitorio de Jill y mudarse al colchón plegable de mi infancia, que estaba desplegado y cas
Pedí un Town Car para ir al concesionario, donde entregué una nota que había falsificado con su firma y en la que ordenaba que me entregaran el coche. A nadie pareció importarle el hecho de que yo no tuviera parentesco alguno con él, de que una desconocida hubiera entrado en el concesionario y solicitado el Porsche de otra persona. Me lanzaron las llaves y se limitaron a sonreír cuando les pedí que me sacaran el automóvil del garaje porque no estaba segura de poder recular con un cambio manual. Había tardado media hora en recorrer diez manzanas y todavía no había deducido dónde o cómo debía girar para salir del centro de la ciudad y dirigirme a la plaza de aparcamiento de Markus que la criada me había descrito. Las probabilidades de llegar a la Setenta y seis con la Quinta Avenida sin herir gravemente a una servidora, el coche, un ciclista, un peatón u otro vehículo eran prácticamente nulas, y esa nueva llamada de Markus no contribuyó a calmar mis nervios.Repetí la ronda de llamadas
El semáforo aún no se había puesto verde en el cruce de la Diecisiete con Broadway cuando un ejército de prepotentes taxis amarillos adelantó rugiendo la diminuta trampa mortal que yo estaba intentando manejar por las calles de la ciudad.Embrague, gas, cambio (¿de punto muerto a primera o de primera a segunda?),suelta embrague, me repetía mentalmente, mantra que a duras penas me brindaba consuelo, y no digamos orientación, en medio del chirriante tráfico del mediodía.El cochecito corcoveó salvajemente dos veces antes de salvar el cruce dando bandazos. El corazón me iba a cien. Los bandazos menguaron sin previo aviso y empezamos a ganar velocidad. Mucha velocidad. Bajé la mirada para comprobar que solo iba en segunda, pero en ese momento la parte trasera de un taxi se me apareció tan enorme frente al parabrisas que no tuve más remedio que clavar el pie en el freno con tanto vigor que se me saltó el tacón. ¡Mierda! Otros zapatos de setecientos dólares sacrificados por mi total falta d
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