Las semanas posteriores a la visita al resort transcurrieron con una extraña calma. Como si todos los involucrados supieran que algo importante se había quebrado, pero nadie se atreviera a ponerle nombre.
Alessa pasaba las mañanas revisando documentos, firmando autorizaciones, dando órdenes. Aparentemente entera. Firme. Pulcra.
Pero solo ella sabía que cada noche se acostaba con la falta de Salvatore aún latiendo en la piel.
Se despertaba con su perfume fantasma en las sábanas. Se tocaba el cuello sin darse cuenta, buscando el roce de sus labios. Se sorprendía recordando su voz susurrándole las letras de una canción tropical, con ese acento italiano tan grave y melódico que hacía vibrar las paredes de su alma.
Y, sin embargo… no lo llamó. No preguntó por él. No fue al club. No buscó su sombra.
Porque no sabía si lo que más temía era verlo… o no verlo.
Salvatore, por su parte, no había vuelto al resort, mucho menos al hotel, desde aquella mañana en que dejó la habitación de Alessa con