El trayecto de regreso al hotel fue envuelto por un silencio cómodo. Alessa miraba por la ventanilla, las luces de la ciudad reflejándose en sus pupilas. La brisa nocturna entraba por la ventanilla ligeramente abierta, y en el fondo del auto aún sonaba música en volumen bajo. Salsa suave, como un eco lejano de la noche vivida.
Salvatore conducía sin prisa, una mano en el volante, la otra sobre la palanca de cambios, pero sus ojos la buscaban cada tanto a través del reflejo en el retrovisor. Cuando llegaron, descendieron sin hablar. Alessa subió por el ascensor, y él la acompañó hasta la puerta de su habitación.
—Gracias por esta noche —susurró ella, deteniéndose frente a la puerta.
—¿Ya vas a despedirme? —preguntó Salvatore.
—Es tarde. —contestó ella.
—Entonces solo un minuto más. —insistió él.
Ella lo miró. Hubo un segundo donde el aire entre ellos se volvió denso, vibrante. Sin pedir permiso, Salvatore acercó su rostro lentamente. Sus labios se rozaron en un beso suave, casi temeros