Lisboa despertó bajo una lluvia ligera. Desde la ventana del hotel, Luciana observaba cómo las gotas desdibujaban el contorno de la ciudad. A su lado, Alexander dormía con el rostro relajado, como si por fin hubiese encontrado algo de paz. Habían dormido juntos, pero no se habían tocado más allá del beso de la noche anterior. No había prisa, no había necesidad de hablar demasiado. Ambos entendían que algo había cambiado.
Luciana se sentó frente a su cuaderno y comenzó a escribir. Ya no desde la rabia o el abandono, sino desde la reconstrucción. Las palabras fluían con una claridad que no recordaba haber sentido antes. Había una historia que necesitaba ser contada. Y por primera vez, no tenía miedo de ser ella quien la dijera.
Cuando Alexander despertó, la encontró escribiendo con la concentración de alguien que ha sobrevivido a una tormenta. Sonrió y se acercó en silencio.
—¿Lo leíste todo? —preguntó ella sin levantar la vista.
—Varias veces —respondió él. Su voz tenía ese tono profun