Luciana no durmió esa noche. La nota que el camarero había dejado seguía en su mano, doblada cuidadosamente, como si el papel ardiera. No había firma, pero no la necesitaba. Conocía esa caligrafía. Esas palabras. Esa contención disfrazada de distancia.
Alexander estaba allí.
Y había venido por ella.
No para interrumpir. No para exigir. Solo para mirar desde lejos, como si ver que ella brillaba fuera suficiente. Pero ¿era suficiente para ella?
⸻
A la mañana siguiente, Lisboa se despertó con cielo despejado. La ciudad tenía ese aire suspendido entre historia y presente. Las calles empedradas, los tranvías antiguos, los balcones con ropa tendida y flores vivas. Todo parecía invitar a la decisión.
Luciana salió del hotel sin rumbo fijo. Caminó hasta perder la nocíon del tiempo. En su bolso llevaba la carta de Elena, su cuaderno y la nota. No había vuelto a leerla, pero cada palabra estaba grabada en su mente.
Estás lista para tu segunda historia.
Ese “segunda” la había golpeado más fuerte