La imagen de Maximiliano arrodillado junto a Sofía y el bebé se me quedó grabada mientras salíamos de la clínica. Su rostro, por un instante, había perdido esa máscara de CEO intocable, mostrando una vulnerabilidad que me sorprendió.
De vuelta en el carro, el silencio era espeso. Maximiliano parecía absorto en sus pensamientos, mirando fijamente por la ventana la noche oscura de Caracas. Yo, por mi parte, repasaba en mi cabeza todo el torbellino de mi primer día. ¡Vaya debut! De asistente recién graduada a testigo de un drama familiar de alto calibre en cuestión de horas. El chofer me dejó cerca de mi edificio. Agradecí en silencio no vivir en una de esas torres de cristal relucientes donde trabajaba. Mi edificio era más… normal. Un bloque de apartamentos de ladrillo visto, con luces cálidas en las ventanas y el murmullo familiar de la vida cotidiana. Subí las escaleras con el cansancio pegándose a mis huesos. Al llegar a mi puerta, saqué las llaves. Mi apartamento era mi santuario: pequeño, acogedor y lleno de mi personalidad desordenada. Libros apilados en las mesas, tazas de café a medio lavar y la luz cálida de las guirnaldas que nunca quitaba. Lo primero que hice fue llamar a mi mamá. Necesitaba su voz de ancla después de tanta intensidad ajena. -¡Mami! ¡Llegué! ¿Cómo estás? - Dije, dejando caer mi bolso en el primer hueco libre que encontré en el sofá. -¡Ay, Clarita, mi amor! ¿Y cómo te fue hoy? ¿Ese jefe tuyo es tan serio como suena? - Su preocupación maternal siempre era reconfortante. -Mami, el tipo es… otro nivel. Parece un robot a veces. Pero hoy… hoy lo vi en otra faceta. Digamos que tuvo un problemita familiar. Pero nada grave. ¿Y tú? ¿Todo bien por allá? - Traté de desviar el tema. Discreción ante todo. -Bien, mi niña, aquí todo tranquilo. ¿Y el trabajo en sí? ¿Mucha cosa? -Sí, mami, bastante. Agenda apretada, llamadas a cada rato, hasta me tocó averiguar sobre vuelos privados. Imagínate mami ¡Yo, que agarro el Metro pa’ todos lados! Pero bueno, ahí voy aprendiendo. Daniela, la otra asistente, es chévere y me está guiando. Seguimos hablando un rato más sobre mi día, las excentricidades del jefe y las predicciones de mi mamá sobre mi futuro ascenso meteórico. Después de colgar, me preparé una arepita rellena de jamón y queso y me acurruqué en el sofá con la intención de ver alguna serie y desconectar mi cerebro frito. Pero el destino, al parecer, tenía otros planes para mi noche. Justo cuando le di play al primer episodio, sonó el timbre. Fruncí el ceño. No esperaba a nadie. Miré por la mirilla y mi corazón dio un pequeño vuelco. Era Gabriel. Alto, con esa barba de unos días que le daba un aire de “ soy un chico malo irresistible” y una sonrisa que siempre lograba ablandar mi lado más cínico. Gabriel, mi ex con derecho a roce. Terminamos hace unos meses de forma civilizada, sin dramas ni promesas rotas, pero esa conexión puramente física a veces resurgía como un fantasma caliente en la noche. Tenía esa mirada penetrante que siempre me hacía sentir… observada, y un aire relajado que contrastaba con mi propia energía nerviosa. Abrí la puerta con una mezcla de sorpresa y una punzada de esa vieja… curiosidad. -¿Gabriel? ¿Qué haces por aquí a estas horas? - Pregunté, apoyada en el marco, con mi pijama de ositos y el pelo revuelto. Él me sonrió con esa sonrisa pícara que siempre lograba desestabilizarme. -Hola, Clara. ¿Te sorprende? Digamos que tenía antojo de tu… excelente compañía. ¿Estás ocupada?- me preguntó juguetón. Su mirada recorrió mi atuendo casual y se detuvo en mis ojos con una intensidad familiar. Un pequeño escalofrío recorrió mi espalda, una memoria fugaz de noches pasadas. Pasó. Hubo besos, algunas risas torpes y terminamos en la cama. Pero mientras su cuerpo se movía sobre el mío, sentí una distancia curiosa. El escalofrío inicial no se había transformado en la electricidad de antes. Era como un reencuentro familiar, cómodo pero sin la chispa que alguna vez nos había unido. Al final, ambos nos quedamos dormidos enredados en las sábanas, más por costumbre que por una pasión renovada.Desperté con una sensación extraña, una mezcla de familiaridad tibia y una ligera… desconexión. Gabriel dormía a mi lado, con un brazo perezoso rodeándome la cintura. Lo observé en silencio por un instante. Sí, seguía siendo atractivo, con ese aire despreocupado que siempre me había atraído. Pero la chispa, esa electricidad que nos había unido al principio, parecía haberse desvanecido en algún punto del camino. Nuestra noche juntos había sido más un gesto de costumbre que un anhelo real.Me levanté con cuidado para no despertarlo y me preparé para ir a trabajar. Mientras me vestía, reflexionaba sobre esa dinámica con Gabriel. Tal vez era hora de aceptar que esa etapa había terminado de verdad.Al llegar a la torre de oficinas, noté una atmósfera ligeramente diferente. Maximiliano parecía aún más metido en sus rollos de lo habitual. No hizo ningún comentario sobre el día anterior, pero sentí mucha distancia, como si una cortina invisible se hubiera puesto entre nosotros después de ese
El vestido negro del fondo del armario resultó ser mi comodín de la noche. Chicas de todo el mundo, el vestido negro, nunca falla, sencillito pero con su toque elegante, y lo suficientemente cómodo para no sentirme disfrazada entre gente importante. Cuando el carrazo negro de Maximiliano me recogió, me sentí un poco como una espía en una película, lista para descifrar códigos y tomar notas mentales. Al llegar a "Le Gourmet", el ambiente era sofisticado pero relajado, justo como el jefe había pedido. Nos recibieron con reverencias y nos guiaron a una mesa discreta, perfecta para cuchichear sin que nadie oyera. Los dos CEOs extranjeros eran tipos interesantes. El francés, Monsieur Dubois, era un señor como de sesenta, con el pelo blanco peinado hacia atrás con mucha clase, cara flaca y unos ojos azules que te miraban con inteligencia. Vestía un traje impecable y olía a perfume caro, como a madera dulce, era mayor pero muy apuesto debo decir. Mr. Harrison, por su parte era más joven, ro
Llevaba todo el día con el recuerdo del casi beso del día anterior clavado en la mente. Era sábado uno de mis días libres y una y otra vez me imaginaba el tacto de sus labios, recordaba la intensidad de su mirada en la oficina vacía. Necesitaba desesperadamente sacudirme esa sensación, drenar la confusión y la extraña excitación antes de que mi cabeza explotara. Así que llamé a mi amiga Valeria. -¡Vale, amiga! ¿Estás libre para una noche de chicas? Necesito bailar hasta que se me olvide mi nombre… y quizás un par de caras- dije queriendo olvidar lo que pasó luego de la cena. -¡Obvio, Clari! Pero ¿Qué te picó? ¿El príncipe azul resultó ser un sapo con corbata? - Su tono era pura curiosidad juguetona. -Algo así… digamos que el ambiente laboral se puso un poquito… no, demasiado personal. Necesito un respiro urgente. Quedamos en "Euphoria", una disco de esas con luces de neón que te hacen sentir que estás dentro de un videojuego ochentero. Es una de las más exclusivas de la ciudad
Maximiliano El sábado amaneció con la persistente imagen de los ojos de Clara grabada en mi mente. No eran los ojos de mi asistente, eficiente y obediente. Eran los ojos de la mujer que, por un instante fugaz al final de la cena en "Le Gourmet", creí que iba a besar. ¿Por qué no lo hice? El impulso había sido tan fuerte, la cercanía tan palpable... pero la sombra de Ricardo siempre estaba ahí, recordándome que la felicidad era un lujo que no merecía. Su rostro sonriente, la culpa punzante en mi pecho... un recordatorio constante de que yo, indirectamente, había causado su muerte en ese maldito accidente. ¿Cómo podía permitirme la alegría después de eso? Pasé el día en la penumbra de mi apartamento, repasando una y otra vez ese instante en el restaurante. Su mejilla suave bajo mis dedos, su aliento cálido tan cerca... sentí una conexión visceral, una chispa inesperada. Demasiado inesperada. Mi mente gritaba advertencias. Clara era mi empleada. Y yo... yo no podía ofrecerle nada más
El cuero negro de los asientos del coche de Maximiliano olía a nuevo, a caro. Un silencio cómodo se instaló entre nosotros al dejar atrás el bullicio de "Euphoria". Miraba las luces de la ciudad pasar como estrellas fugaces, tratando de ordenar el torbellino de emociones que Maximiliano Ferrer lograba despertar en mí con tan solo una mirada. -Gracias por llevarme - dije, rompiendo el silencio. -No es nada, Clara. Era lo menos que podía hacer después de… esa situación. Su voz grave tenía un tono diferente al de la oficina, más suave, casi… íntimo. Lo miré de reojo. Sus ojos estaban fijos en la carretera, la luz de los faros iluminando sus facciones marcadas. Después de unos minutos, fruncí el ceño. Las luces que pasaban por la ventana no me resultaban familiares. -Disculpa, Maximiliano… creo que esta no es la dirección a mi casa. Él asintió, sin apartar la vista de la carretera. Volvió la mirada hacia mí por un instante, y en sus labios se dibujó esa pequeña sonrisa, esa que siem
El beso se rompió lentamente, dejando un silencio cargado de respiraciones agitadas y miradas intensas bajo el cielo estrellado de Caracas. Mis labios hormigueaban y la sensación del tacto de Maximiliano en mis mejillas parecía quemar mi piel. El mundo se había reducido a nosotros dos, suspendidos en ese instante robado al borde de la ciudad. Justo cuando iba a decir algo, a intentar descifrar el torbellino de emociones que veía en sus ojos oscuros, su teléfono comenzó a sonar en el bolsillo de su pantalón. El sonido agudo rompió la magia del momento, devolviéndonos bruscamente a la realidad. Maximiliano frunció el ceño, como si la llamada fuera una intrusión molesta. Sacó el teléfono y miró la pantalla. Su expresión cambió, volviéndose tensa, casi preocupada. -Disculpa - murmuró, con la voz aún áspera por el beso. Se giró un poco, apartándose de mí para contestar. -¿Sofía? ¿Pasó algo?- pregunto un poco nervioso. Su tono, aunque bajo para que no escuchara bien, sonaba… cargado de
La llamada había dejado un poso de incomodidad en el aire. La preocupación en el rostro de Maximiliano al hablar con Sofía, la forma en que había evitado mis ojos al colgar… todo contribuía a que una punzante duda se instalara en mi mente. ¿Acaso me está convirtiendo en "la otra"? ¿Será Sofía a razón detrás de su aparente reticencia a involucrarse emocionalmente? El beso apasionado de hacía unos minutos comenzaba a sentirse ahora como un error, una transgresión impulsiva que quizás solo había significado algo para mí. -¿Podemos irnos, Maximiliano? - dije, tratando de que mi voz sonara casual, aunque por dentro la ansiedad comenzaba a hacer mella. - Se está haciendo tarde. Él me miró, notando el cambio en mi tono. Su ceño se frunció ligeramente, como si intentara descifrar mi repentina distancia. -Claro, Clara. ¿Todo bien? ¿Te incómodé? No negué lo evidente, pero tampoco quería confesar mi creciente paranoia sobre Sofía. -Solo estoy cansada - mentí a medias, evitando su mirada m
El domingo había sido una especie de resaca emocional suave. Me la pasé dando vueltas en la cama, repasando el beso en el mirador, la llamada de Sofía, la confesión de Maximiliano sobre Mateo… Un torbellino de sensaciones y preguntas sin respuesta clara. ¿Significó algo ese beso para el? ¿cambiaría nuestra dinámica en la oficina? ¿qué papel jugaría Sofía en esto? La verdad es que no tenía ni la menor idea. Llegué a la oficina el lunes con una mezcla de nerviosismo y curiosidad. Intenté actuar normal, como si nada hubiera pasado el sábado por la noche, pero cada vez que Maximiliano estaba cerca, sentía una corriente eléctrica sutil en el aire. Nuestras miradas se cruzaban a veces, un instante fugaz cargado de algo indefinible. Él parecía igual de reservado que siempre, aunque notaba una… ¿suavidad? en sus ojos cuando me hablaba. Quizás era solo mi imaginación. La mañana transcurrió entre informes y llamadas, la rutina habitual intentando imponerse al caos interno. Hasta que, cerca de