Desperté con una sensación extraña, una mezcla de familiaridad tibia y una ligera… desconexión. Gabriel dormía a mi lado, con un brazo perezoso rodeándome la cintura. Lo observé en silencio por un instante. Sí, seguía siendo atractivo, con ese aire despreocupado que siempre me había atraído. Pero la chispa, esa electricidad que nos había unido al principio, parecía haberse desvanecido en algún punto del camino. Nuestra noche juntos había sido más un gesto de costumbre que un anhelo real.
Me levanté con cuidado para no despertarlo y me preparé para ir a trabajar. Mientras me vestía, reflexionaba sobre esa dinámica con Gabriel. Tal vez era hora de aceptar que esa etapa había terminado de verdad. Al llegar a la torre de oficinas, noté una atmósfera ligeramente diferente. Maximiliano parecía aún más metido en sus rollos de lo habitual. No hizo ningún comentario sobre el día anterior, pero sentí mucha distancia, como si una cortina invisible se hubiera puesto entre nosotros después de ese breve vistazo a su vida personal. Daniela me saludó con una sonrisa enigmática. -Buenos días, Clara. ¿Todo bien? Te noto como en la luna. -Buenos días, Daniela. Sí, todo bien. Solo… pensando en mis cosas. ¿El jefe cómo amaneció?- pregunté curiosa. -Intenso, como siempre. Parece que tiene una reunión súper importante esta mañana. Y adivina qué… - Se inclinó hacia mí, bajando la voz como si fuera un secreto de estado. - Necesita que le organices una cena urgente para mañana por la noche con unos socios extranjeros. Quiere algo elegante pero tranqui. Y tú eres la elegida. ¡Una cena elegante para socios extranjeros! Genial, más retos en mi flamante carrera como asistente de CEO. Suspiré por dentro, pero asentí con mi mejor cara de "yo puedo con esto y más". -Entendido, Daniela. Me pongo con eso ahorita mismo. ¿Algún sitio en especial?- le pregunté esperando una señal que me ahorrara algo de tiempo buscando un restaurante. Solo dijo -algo con buena comida y que no haya mucho ruido, Tú eres la experta ¡Suerte! Ya sabes cómo se pone cuando las cosas no salen perfectas-. Gracias por nada Daniela. Pasé la mañana buscando restaurantes top en Caracas que cumplieran con los gustos exigentes de Maximiliano. Llamadas, reservas, menús que parecían escritos en otro idioma… mi cabeza era un desastre de nombres de chefs famosos y precios que me hacían sudar frío. Justo antes del almuerzo, Maximiliano salió de su oficina y se paró frente a mi escritorio. Su mirada era seria y directa. -Señorita Vargas, necesito que me tenga tres opciones de restaurantes para la cena de mañana por la noche antes de las dos. Con detalles de qué ofrecen y cómo es el ambiente. ¿Entendido? -Sí, señor Ferrer. Ya estoy en eso. Se las tendré listas a tiempo. - Respondí con firmeza, tratando de que no se me notara el nervio. Mientras seguía buscando el restaurante perfecto, la imagen de Sofía y el bebé volvió a mi mente. No podía evitar preguntarme cómo estarían. ¿Habría alguna novedad? ¿Maximiliano la habría visitado anoche? La tarde se me fue volando entre llamadas y correos sobre la cena. Al fin, tuve las tres propuestas listas y se las llevé a Maximiliano. Él las revisó rapidísimo, sin casi mirarme a la cara. -Bien. Reserve "Le Gourmet". Mesa discreta para cuatro a las nueve para mañana. Confirme los detalles con el restaurante. Eso es todo.- simplemente asentí con la cabeza. Su tono era puramente de trabajo, sin rastro de la onda rara que había habido en la clínica. Era como si esa noche nunca hubiera pasado. Al final del día, mientras recogía mis cosas, Daniela se acercó con una sonrisa de esas que dan curiosidad. -¿Sobreviviste al día de locos del jefe? ¿Y esa cena? ¿Ya tienes todo bajo control para mañana?- me preguntó con un tono burlón. -Por suerte, sí. "Le Gourmet" pinta bien. Espero que les guste a sus socios. -Seguro que sí. Con la plata de Maximiliano, seguro que hasta un perro caliente de la calle sabe a caviar. - Soltó una carcajada. Pero luego, su cara se puso un poco más seria. - Oye, Clara… ¿notaste algo raro en el jefe hoy? -Más de lo normal, diría yo. ¿Por qué lo preguntas? -No sé… lo vi hablando por teléfono un par de veces con una voz… más suave. Como si estuviera hablando con un perrito faldero. Y parecía preocupado. Mi cabeza hizo click de inmediato con Sofía y el bebé. ¿Habrían noticias? ¿Sería esa la razón de su cara larga? -Quizás… quizás tenía sus rollos personales. - Respondí, tratando de sonar relajada. -Puede ser. Pero… no sé. Solo me dio esa impresión. Bueno, descansa. Mañana será otro día. Y seguro otra odisea con el jefe. Salí de la oficina con esa conversación dándome vueltas en la cabeza. La cena de negocios, la cara de Maximiliano, la intriga de Daniela… y la persistente imagen de Sofía y su bebé. Mi vida en Caracas se había puesto mucho más interesante de lo que jamás imaginé. Al día siguiente, la mañana transcurrió con la normalidad tensa de siempre. La reunión importante de Maximiliano pareció ir bien, a juzgar por su ceño ligeramente menos arrugado. Yo estaba metida de lleno en la agenda de la semana, cuando me llamó a su oficina. -Señorita Vargas, necesito que revise estos documentos de la fusión con la empresa Mendoza. Hay cláusulas que no me terminan de convencer. Quiero su opinión. Mi corazón hizo "bum bum". ¿Mi opinión? ¿Sobre un negocio de millones? Esto era nuevo nivel. Recordé mis años en la Facultad de Ciencias Económicas de la UCV, las noches sin dormir estudiando vainas de leyes y números. A lo mejor, al fin, todo ese rollo tenía un uso en el mundo real de los ricachones. Seguro era una prueba para ver si lo que decía mi currículum era verdad. Revisé los documentos con cuidado, tratando de usar mi cerebro de licenciada en economía. Encontré un par de cosas que parecían medio raras y podían perjudicar a la empresa de Maximiliano. Con un poco de susto, se lo dije. Maximiliano me escuchó serio, con una mirada intensa que me hizo dudar de si había metido la pata. Pero al final, asintió despacio. -Tiene razón, señorita Vargas. No había visto esos detalles. Gracias.- me dijo sinceramente. Y por primera vez desde que trabajaba para él, sentí como si me mirara con un poquito más de respeto. Más tarde, al final del día, justo cuando agarraba mi cartera, Maximiliano se acercó a mi escritorio. Señorita Vargas, la cena de esta noche es importante. Necesito que me acompañe. Mi cara debió ser un poema. ¿Acompañarlo a la cena con los socios extranjeros? -¿Acompañarlo, señor Ferrer? ¿Cómo…?- pregunte realmente sin entender. -Como mi… acompañante. Necesito tener a alguien de confianza a mi lado. Y después de su ojo clínico con los documentos de la fusión… - Hizo una pausa cortita, mirándome con una intensidad que no supe descifrar. - Creo que su cerebrito de economista puede ser muy útil esta noche. Vístase elegante. El carro la buscará en una hora. Mi cabeza era un sancocho de ideas. ¿Por qué me pedía esto? Solo soy su asistente, tiene un equipo de economistas en sus empresas. Solo sabía una cosa y es que mi noche de N*****x y tranquilidad se había vuelto a posponer.El vestido negro del fondo del armario resultó ser mi comodín de la noche. Chicas de todo el mundo, el vestido negro, nunca falla, sencillito pero con su toque elegante, y lo suficientemente cómodo para no sentirme disfrazada entre gente importante. Cuando el carrazo negro de Maximiliano me recogió, me sentí un poco como una espía en una película, lista para descifrar códigos y tomar notas mentales. Al llegar a "Le Gourmet", el ambiente era sofisticado pero relajado, justo como el jefe había pedido. Nos recibieron con reverencias y nos guiaron a una mesa discreta, perfecta para cuchichear sin que nadie oyera. Los dos CEOs extranjeros eran tipos interesantes. El francés, Monsieur Dubois, era un señor como de sesenta, con el pelo blanco peinado hacia atrás con mucha clase, cara flaca y unos ojos azules que te miraban con inteligencia. Vestía un traje impecable y olía a perfume caro, como a madera dulce, era mayor pero muy apuesto debo decir. Mr. Harrison, por su parte era más joven, ro
Llevaba todo el día con el recuerdo del casi beso del día anterior clavado en la mente. Era sábado uno de mis días libres y una y otra vez me imaginaba el tacto de sus labios, recordaba la intensidad de su mirada en la oficina vacía. Necesitaba desesperadamente sacudirme esa sensación, drenar la confusión y la extraña excitación antes de que mi cabeza explotara. Así que llamé a mi amiga Valeria. -¡Vale, amiga! ¿Estás libre para una noche de chicas? Necesito bailar hasta que se me olvide mi nombre… y quizás un par de caras- dije queriendo olvidar lo que pasó luego de la cena. -¡Obvio, Clari! Pero ¿Qué te picó? ¿El príncipe azul resultó ser un sapo con corbata? - Su tono era pura curiosidad juguetona. -Algo así… digamos que el ambiente laboral se puso un poquito… no, demasiado personal. Necesito un respiro urgente. Quedamos en "Euphoria", una disco de esas con luces de neón que te hacen sentir que estás dentro de un videojuego ochentero. Es una de las más exclusivas de la ciudad
Maximiliano El sábado amaneció con la persistente imagen de los ojos de Clara grabada en mi mente. No eran los ojos de mi asistente, eficiente y obediente. Eran los ojos de la mujer que, por un instante fugaz al final de la cena en "Le Gourmet", creí que iba a besar. ¿Por qué no lo hice? El impulso había sido tan fuerte, la cercanía tan palpable... pero la sombra de Ricardo siempre estaba ahí, recordándome que la felicidad era un lujo que no merecía. Su rostro sonriente, la culpa punzante en mi pecho... un recordatorio constante de que yo, indirectamente, había causado su muerte en ese maldito accidente. ¿Cómo podía permitirme la alegría después de eso? Pasé el día en la penumbra de mi apartamento, repasando una y otra vez ese instante en el restaurante. Su mejilla suave bajo mis dedos, su aliento cálido tan cerca... sentí una conexión visceral, una chispa inesperada. Demasiado inesperada. Mi mente gritaba advertencias. Clara era mi empleada. Y yo... yo no podía ofrecerle nada más
El cuero negro de los asientos del coche de Maximiliano olía a nuevo, a caro. Un silencio cómodo se instaló entre nosotros al dejar atrás el bullicio de "Euphoria". Miraba las luces de la ciudad pasar como estrellas fugaces, tratando de ordenar el torbellino de emociones que Maximiliano Ferrer lograba despertar en mí con tan solo una mirada. -Gracias por llevarme - dije, rompiendo el silencio. -No es nada, Clara. Era lo menos que podía hacer después de… esa situación. Su voz grave tenía un tono diferente al de la oficina, más suave, casi… íntimo. Lo miré de reojo. Sus ojos estaban fijos en la carretera, la luz de los faros iluminando sus facciones marcadas. Después de unos minutos, fruncí el ceño. Las luces que pasaban por la ventana no me resultaban familiares. -Disculpa, Maximiliano… creo que esta no es la dirección a mi casa. Él asintió, sin apartar la vista de la carretera. Volvió la mirada hacia mí por un instante, y en sus labios se dibujó esa pequeña sonrisa, esa que siem
El beso se rompió lentamente, dejando un silencio cargado de respiraciones agitadas y miradas intensas bajo el cielo estrellado de Caracas. Mis labios hormigueaban y la sensación del tacto de Maximiliano en mis mejillas parecía quemar mi piel. El mundo se había reducido a nosotros dos, suspendidos en ese instante robado al borde de la ciudad. Justo cuando iba a decir algo, a intentar descifrar el torbellino de emociones que veía en sus ojos oscuros, su teléfono comenzó a sonar en el bolsillo de su pantalón. El sonido agudo rompió la magia del momento, devolviéndonos bruscamente a la realidad. Maximiliano frunció el ceño, como si la llamada fuera una intrusión molesta. Sacó el teléfono y miró la pantalla. Su expresión cambió, volviéndose tensa, casi preocupada. -Disculpa - murmuró, con la voz aún áspera por el beso. Se giró un poco, apartándose de mí para contestar. -¿Sofía? ¿Pasó algo?- pregunto un poco nervioso. Su tono, aunque bajo para que no escuchara bien, sonaba… cargado de
La llamada había dejado un poso de incomodidad en el aire. La preocupación en el rostro de Maximiliano al hablar con Sofía, la forma en que había evitado mis ojos al colgar… todo contribuía a que una punzante duda se instalara en mi mente. ¿Acaso me está convirtiendo en "la otra"? ¿Será Sofía a razón detrás de su aparente reticencia a involucrarse emocionalmente? El beso apasionado de hacía unos minutos comenzaba a sentirse ahora como un error, una transgresión impulsiva que quizás solo había significado algo para mí. -¿Podemos irnos, Maximiliano? - dije, tratando de que mi voz sonara casual, aunque por dentro la ansiedad comenzaba a hacer mella. - Se está haciendo tarde. Él me miró, notando el cambio en mi tono. Su ceño se frunció ligeramente, como si intentara descifrar mi repentina distancia. -Claro, Clara. ¿Todo bien? ¿Te incómodé? No negué lo evidente, pero tampoco quería confesar mi creciente paranoia sobre Sofía. -Solo estoy cansada - mentí a medias, evitando su mirada m
El domingo había sido una especie de resaca emocional suave. Me la pasé dando vueltas en la cama, repasando el beso en el mirador, la llamada de Sofía, la confesión de Maximiliano sobre Mateo… Un torbellino de sensaciones y preguntas sin respuesta clara. ¿Significó algo ese beso para el? ¿cambiaría nuestra dinámica en la oficina? ¿qué papel jugaría Sofía en esto? La verdad es que no tenía ni la menor idea. Llegué a la oficina el lunes con una mezcla de nerviosismo y curiosidad. Intenté actuar normal, como si nada hubiera pasado el sábado por la noche, pero cada vez que Maximiliano estaba cerca, sentía una corriente eléctrica sutil en el aire. Nuestras miradas se cruzaban a veces, un instante fugaz cargado de algo indefinible. Él parecía igual de reservado que siempre, aunque notaba una… ¿suavidad? en sus ojos cuando me hablaba. Quizás era solo mi imaginación. La mañana transcurrió entre informes y llamadas, la rutina habitual intentando imponerse al caos interno. Hasta que, cerca de
Los días entre el lunes en la oficina y este jueves rumbo a Margarita habían pasado en una especie de limbo extraño. Maximiliano y yo mantuvimos una formalidad casi exagerada en el trabajo, como si el beso en el mirador y la conversación sobre Sofía nunca hubieran ocurrido. Sin embargo, sentía que había una tensión subyacente, una electricidad silenciosa que vibraba en el aire cada vez que estábamos cerca. Sus miradas a veces se detenían un segundo más de lo necesario, y había una ligera sonrisa en sus labios cuando me daba alguna instrucción. Yo, por mi parte, intentaba descifrar esas señales contradictorias mientras lidiaba con la emoción creciente por este viaje inesperado. Daniela, por supuesto, no había dejado de lanzarme miradas cómplices y preguntas insinuantes, alimentando aún más mi nerviosismo. Ahora estábamos aquí, en un lujoso jet privado rumbo a Margarita. Los asientos de cuero eran increíblemente cómodos y el silencio en la cabina era casi absoluto, solo interrumpido p