El grito de la chica me taladró los oídos. Se lanzó a los brazos de Maximiliano como si se le fuera la vida en ello, aferrándose con una desesperación que me dio cosita.
-¡Maxi! ¡Mi bebé! ¡Tienes que hacer algo, por favor! - Su voz sonaba entrecortada, como si fuera a romperse en cualquier momento, y su cara, aunque joven, reflejaba una angustia terrible. Maximiliano la abrazó medio raro, como si no estuviera acostumbrado a ese tipo de contacto. Su cara de seriedad habitual se suavizó un poco, mostrando que de verdad estaba preocupado. -Tranquila, Sofía. Ya estoy aquí. ¿Qué pasó exactamente? - Su tono, aunque firme, tenía un algo suave que nunca le había escuchado. Sofía se separó un poco, con los ojos hinchados de tanto llorar y la cara llena de lágrimas. Me echó una miradita asqueada como diciendo "¿y esta quién es?". -Tuvieron complicaciones en el parto… Dicen que… que está súper delicado. - Se le quebró la voz otra vez. ¿Parto? ¿Bebé? ¿Maximiliano Ferrer… papá? ¡No puede ser! La noticia me cayó como un balde de agua fría a las cinco de la mañana. Este tipo misterioso, el CEO frío y distante, ¡tenía un hijo! Y por el drama de Sofía, la cosa era seria. Maximiliano pareció darse cuenta de que yo seguía ahí parada. Me dió una mirada rápida, con una cara que no supe leer, antes de volver a concentrarse en Sofía. -Vamos adentro. Quiero hablar con los médicos. Tú tranquila, Sofía. Todo va a estar bien. - La tomó de la mano y la metió dentro de la clínica. Yo los seguí como una sombra, sintiéndome totalmente fuera de lugar. ¿Qué se suponía que hiciera? ¿Esperar sentada como un mueble? ¿Involucrarme en este lío familiar que me cayó del cielo? Era mi primer día Diosito¿no le podías dar una batalla a otro de tus mejores guerreros? Una enfermera se acercó a Sofía en cuanto entramos y se la llevó a una sala. Maximiliano se volteó hacia mí. -Señorita Vargas, espere aquí. Necesito hablar con los doctores. - Su tono volvió a ser el de jefe. Asentí y me dejé caer en una de las sillas incómodas de la sala de espera. El ambiente era tenso, lleno de la mala vibra de la gente que también esperaba noticias de sus familiares. pero prefería estar al margen de sus conversaciones. Vi a Maximiliano hablando bajito pero con cara de urgencia con un médico. Su rostro seguía serio, pero se le notaba una fragilidad que no le conocía. Los minutos pasaron lentísimo. Al fin, Maximiliano se acercó a mí. Su cara era de funeral. -Los pronósticos no son buenos. Nació antes de tiempo y hubo complicaciones. Están haciendo todo lo que pueden. - Su voz era casi un susurro. ¿Por qué me contaba todo eso? Se sentó a mi lado otra vez, pasándose la mano por el pelo como si estuviera súper frustrado. Y allí me di cuenta que el hombre que maneja empresas millonarias, el Magnate que ayer con solo verlo me había hipnotizado con alguna clase de hechizo, hoy parecía impotente ante esta situación. -Sofía… ella es… - Dudó un segundo, como buscando las palabras. - Ella es… es alguien importante para mí- dijo levantando la cabeza levemente. No necesité más detalles. La angustia en sus ojos lo decía todo. Había algo fuerte entre ellos, más de lo que me imaginaba. Se armó un silencio incómodo. Yo no sabía qué decir. ¿Cómo se consuela a un tipo como Maximiliano Ferrer en un momento así? Al final, me animé a hablar bajito. -Señor Ferrer… de verdad lamento lo que está pasando. Ojalá que su… que el bebé se ponga bien. Me miró un instante, con una sorpresa genuina en su rostro. -Gracias, señorita Vargas. Su… preocupación… no me la esperaba. Antes de que pudiera responder, una enfermera se acercó con cara seria. -Señor Ferrer, la señorita Valera quiere verlo. Maximiliano se paró de una vez, con la urgencia pintada en la cara. -Espere aquí, por favor. - Me dijo antes de seguir a la enfermera. Me quedé ahí sentada, procesando todo el rollo. Mi primer día de trabajo se había ido al por el fregadero y me había mostrado un lado de mi jefe que está mañana pensaba que no existía. El magnate de hielo tenía su corazoncito, y parecía que le dolía mucho. Y yo, Clara Vargas, la nueva asistente, sin ningún tipo de experiencia estaba ahí de metiche viendo todo el drama. Pasó media hora más antes de que Maximiliano volviera. Tenía la cara larga y los ojos hinchados. -Necesito que me acompañe- Dijo sin más, con la voz apagada. Me levanté sin preguntar y lo seguí por los pasillos de la clínica. Entramos a una salita donde Sofía estaba sentada en una camilla, con la cara blanca y los ojos rojos de tanto llorar. En sus brazos, envuelto en una mantita blanca, había un bebé chiquitico. Maximiliano se acercó despacito y se arrodilló a su lado. Miró al bebé con una cara que nunca olvidaré. Era una mezcla de asombro, ternura y una tristeza profunda. -Es… tan pequeño- Su voz apenas se escuchó. Sofía asintió, con lágrimas cayéndole sin hacer ruido. -Los doctores dicen que… que no saben si va a sobrevivir- Dijo Sofía con su voz en un hilo. En ese momento, Maximiliano estiró una mano temblorosa y le acarició suavemente la mejilla al bebé. Por primera vez, vi que se le rompía la coraza, una fragilidad que lo hacía parecer… de carne y hueso. -Tenemos que tener fe, Sofi. Tenemos que creer que va a salir de esta- Su voz, aunque débil, sonaba con una determinación fuerte. Yo veía la escena en silencio, sintiendo una punzada en el pecho. Este no era el mundo de negocios fríos y jefes inalcanzables que me había imaginado. Era un momento íntimo y doloroso, entre dos personas unidas por un bebé indefenso. Y yo, Clara Vargas, la nueva asistente, estaba ahí, viendo todo el drama.La imagen de Maximiliano arrodillado junto a Sofía y el bebé se me quedó grabada mientras salíamos de la clínica. Su rostro, por un instante, había perdido esa máscara de CEO intocable, mostrando una vulnerabilidad que me sorprendió. De vuelta en el carro, el silencio era espeso. Maximiliano parecía absorto en sus pensamientos, mirando fijamente por la ventana la noche oscura de Caracas. Yo, por mi parte, repasaba en mi cabeza todo el torbellino de mi primer día. ¡Vaya debut! De asistente recién graduada a testigo de un drama familiar de alto calibre en cuestión de horas. El chofer me dejó cerca de mi edificio. Agradecí en silencio no vivir en una de esas torres de cristal relucientes donde trabajaba. Mi edificio era más… normal. Un bloque de apartamentos de ladrillo visto, con luces cálidas en las ventanas y el murmullo familiar de la vida cotidiana. Subí las escaleras con el cansancio pegándose a mis huesos. Al llegar a mi puerta, saqué las llaves. Mi apartamento era mi santuario
Desperté con una sensación extraña, una mezcla de familiaridad tibia y una ligera… desconexión. Gabriel dormía a mi lado, con un brazo perezoso rodeándome la cintura. Lo observé en silencio por un instante. Sí, seguía siendo atractivo, con ese aire despreocupado que siempre me había atraído. Pero la chispa, esa electricidad que nos había unido al principio, parecía haberse desvanecido en algún punto del camino. Nuestra noche juntos había sido más un gesto de costumbre que un anhelo real.Me levanté con cuidado para no despertarlo y me preparé para ir a trabajar. Mientras me vestía, reflexionaba sobre esa dinámica con Gabriel. Tal vez era hora de aceptar que esa etapa había terminado de verdad.Al llegar a la torre de oficinas, noté una atmósfera ligeramente diferente. Maximiliano parecía aún más metido en sus rollos de lo habitual. No hizo ningún comentario sobre el día anterior, pero sentí mucha distancia, como si una cortina invisible se hubiera puesto entre nosotros después de ese
El vestido negro del fondo del armario resultó ser mi comodín de la noche. Chicas de todo el mundo, el vestido negro, nunca falla, sencillito pero con su toque elegante, y lo suficientemente cómodo para no sentirme disfrazada entre gente importante. Cuando el carrazo negro de Maximiliano me recogió, me sentí un poco como una espía en una película, lista para descifrar códigos y tomar notas mentales. Al llegar a "Le Gourmet", el ambiente era sofisticado pero relajado, justo como el jefe había pedido. Nos recibieron con reverencias y nos guiaron a una mesa discreta, perfecta para cuchichear sin que nadie oyera. Los dos CEOs extranjeros eran tipos interesantes. El francés, Monsieur Dubois, era un señor como de sesenta, con el pelo blanco peinado hacia atrás con mucha clase, cara flaca y unos ojos azules que te miraban con inteligencia. Vestía un traje impecable y olía a perfume caro, como a madera dulce, era mayor pero muy apuesto debo decir. Mr. Harrison, por su parte era más joven, ro
Llevaba todo el día con el recuerdo del casi beso del día anterior clavado en la mente. Era sábado uno de mis días libres y una y otra vez me imaginaba el tacto de sus labios, recordaba la intensidad de su mirada en la oficina vacía. Necesitaba desesperadamente sacudirme esa sensación, drenar la confusión y la extraña excitación antes de que mi cabeza explotara. Así que llamé a mi amiga Valeria. -¡Vale, amiga! ¿Estás libre para una noche de chicas? Necesito bailar hasta que se me olvide mi nombre… y quizás un par de caras- dije queriendo olvidar lo que pasó luego de la cena. -¡Obvio, Clari! Pero ¿Qué te picó? ¿El príncipe azul resultó ser un sapo con corbata? - Su tono era pura curiosidad juguetona. -Algo así… digamos que el ambiente laboral se puso un poquito… no, demasiado personal. Necesito un respiro urgente. Quedamos en "Euphoria", una disco de esas con luces de neón que te hacen sentir que estás dentro de un videojuego ochentero. Es una de las más exclusivas de la ciudad
Maximiliano El sábado amaneció con la persistente imagen de los ojos de Clara grabada en mi mente. No eran los ojos de mi asistente, eficiente y obediente. Eran los ojos de la mujer que, por un instante fugaz al final de la cena en "Le Gourmet", creí que iba a besar. ¿Por qué no lo hice? El impulso había sido tan fuerte, la cercanía tan palpable... pero la sombra de Ricardo siempre estaba ahí, recordándome que la felicidad era un lujo que no merecía. Su rostro sonriente, la culpa punzante en mi pecho... un recordatorio constante de que yo, indirectamente, había causado su muerte en ese maldito accidente. ¿Cómo podía permitirme la alegría después de eso? Pasé el día en la penumbra de mi apartamento, repasando una y otra vez ese instante en el restaurante. Su mejilla suave bajo mis dedos, su aliento cálido tan cerca... sentí una conexión visceral, una chispa inesperada. Demasiado inesperada. Mi mente gritaba advertencias. Clara era mi empleada. Y yo... yo no podía ofrecerle nada más
El cuero negro de los asientos del coche de Maximiliano olía a nuevo, a caro. Un silencio cómodo se instaló entre nosotros al dejar atrás el bullicio de "Euphoria". Miraba las luces de la ciudad pasar como estrellas fugaces, tratando de ordenar el torbellino de emociones que Maximiliano Ferrer lograba despertar en mí con tan solo una mirada. -Gracias por llevarme - dije, rompiendo el silencio. -No es nada, Clara. Era lo menos que podía hacer después de… esa situación. Su voz grave tenía un tono diferente al de la oficina, más suave, casi… íntimo. Lo miré de reojo. Sus ojos estaban fijos en la carretera, la luz de los faros iluminando sus facciones marcadas. Después de unos minutos, fruncí el ceño. Las luces que pasaban por la ventana no me resultaban familiares. -Disculpa, Maximiliano… creo que esta no es la dirección a mi casa. Él asintió, sin apartar la vista de la carretera. Volvió la mirada hacia mí por un instante, y en sus labios se dibujó esa pequeña sonrisa, esa que siem
El beso se rompió lentamente, dejando un silencio cargado de respiraciones agitadas y miradas intensas bajo el cielo estrellado de Caracas. Mis labios hormigueaban y la sensación del tacto de Maximiliano en mis mejillas parecía quemar mi piel. El mundo se había reducido a nosotros dos, suspendidos en ese instante robado al borde de la ciudad. Justo cuando iba a decir algo, a intentar descifrar el torbellino de emociones que veía en sus ojos oscuros, su teléfono comenzó a sonar en el bolsillo de su pantalón. El sonido agudo rompió la magia del momento, devolviéndonos bruscamente a la realidad. Maximiliano frunció el ceño, como si la llamada fuera una intrusión molesta. Sacó el teléfono y miró la pantalla. Su expresión cambió, volviéndose tensa, casi preocupada. -Disculpa - murmuró, con la voz aún áspera por el beso. Se giró un poco, apartándose de mí para contestar. -¿Sofía? ¿Pasó algo?- pregunto un poco nervioso. Su tono, aunque bajo para que no escuchara bien, sonaba… cargado de
La llamada había dejado un poso de incomodidad en el aire. La preocupación en el rostro de Maximiliano al hablar con Sofía, la forma en que había evitado mis ojos al colgar… todo contribuía a que una punzante duda se instalara en mi mente. ¿Acaso me está convirtiendo en "la otra"? ¿Será Sofía a razón detrás de su aparente reticencia a involucrarse emocionalmente? El beso apasionado de hacía unos minutos comenzaba a sentirse ahora como un error, una transgresión impulsiva que quizás solo había significado algo para mí. -¿Podemos irnos, Maximiliano? - dije, tratando de que mi voz sonara casual, aunque por dentro la ansiedad comenzaba a hacer mella. - Se está haciendo tarde. Él me miró, notando el cambio en mi tono. Su ceño se frunció ligeramente, como si intentara descifrar mi repentina distancia. -Claro, Clara. ¿Todo bien? ¿Te incómodé? No negué lo evidente, pero tampoco quería confesar mi creciente paranoia sobre Sofía. -Solo estoy cansada - mentí a medias, evitando su mirada m