iba subiendo ese alto edificio, cuando el ascensor pitó con ese sonidito fastidioso justo cuando más nerviosa estaba. Agarré mi cartera de imitación de cuero como si fuera mi salvavidas mientras me ahogaba en mis miedos. Piso veintisiete. he llegado al mismísimo Monte Olimpo de Maximiliano Ferrer el Dios de los negocios. Su nombre sonaba tan importante en los correos que me había mandado su secretaria, como si fuera un dios griego o algo parecido. Ahora, ese nombre retumbaba en mi cabeza mientras las puertas del ascensor se abrían con un suspiro dramático. El aire aquí era otro nivel. Olía a perfume caro, de esos que seguro valen más que uno de mis alquileres del mes, y todo estaba en tal silencio que casi creí estar entrando en la escena de una película. La alfombra gris era tan suave que mis zapatos de batalla parecían flotar mientras caminaba hacia el escritorio de una Barbie humana vestida de punta en blanco. Cuando digo que es una Barbie humana es porque se parece mucho a una,
Respiré hondo antes de que mis nudillos golpearan la puerta de caoba. ¿En serio estaba a punto de convertirme en la asistente personal de un tipo que parecía sacado de una revista de negocios? Mi yo de hace una semana, la que se preocupaba por si llegaba a tiempo a las clases en la Central y por encontrar estacionamiento para el carro viejo de mi mamá, no se reconocería en esta situación surrealista. Entiéndeme, obviamente estudié para salir adelante y convertirme en una mujer exitosa, pero jamás me imaginé que se me presentaría está oportunidad al apenas graduarme.La voz grave al otro lado de la puerta me hizo enderezar los hombros.-Adelante- Dijo Maximiliano.Abrí la puerta con cuidado y entré. Maximiliano estaba sentado detrás de su escritorio, revisando unos papeles con una concentración que parecía impenetrable. Llevaba un traje impecable, de esos que gritan "soy rico y lo sé", y su cabello oscuro estaba peinado hacia atrás de una forma que lo hacía ver aún más… intenso. Levant
El grito de la chica me taladró los oídos. Se lanzó a los brazos de Maximiliano como si se le fuera la vida en ello, aferrándose con una desesperación que me dio cosita. -¡Maxi! ¡Mi bebé! ¡Tienes que hacer algo, por favor! - Su voz sonaba entrecortada, como si fuera a romperse en cualquier momento, y su cara, aunque joven, reflejaba una angustia terrible. Maximiliano la abrazó medio raro, como si no estuviera acostumbrado a ese tipo de contacto. Su cara de seriedad habitual se suavizó un poco, mostrando que de verdad estaba preocupado. -Tranquila, Sofía. Ya estoy aquí. ¿Qué pasó exactamente? - Su tono, aunque firme, tenía un algo suave que nunca le había escuchado. Sofía se separó un poco, con los ojos hinchados de tanto llorar y la cara llena de lágrimas. Me echó una miradita asqueada como diciendo "¿y esta quién es?". -Tuvieron complicaciones en el parto… Dicen que… que está súper delicado. - Se le quebró la voz otra vez. ¿Parto? ¿Bebé? ¿Maximiliano Ferrer… papá? ¡No puede ser
La imagen de Maximiliano arrodillado junto a Sofía y el bebé se me quedó grabada mientras salíamos de la clínica. Su rostro, por un instante, había perdido esa máscara de CEO intocable, mostrando una vulnerabilidad que me sorprendió. De vuelta en el carro, el silencio era espeso. Maximiliano parecía absorto en sus pensamientos, mirando fijamente por la ventana la noche oscura de Caracas. Yo, por mi parte, repasaba en mi cabeza todo el torbellino de mi primer día. ¡Vaya debut! De asistente recién graduada a testigo de un drama familiar de alto calibre en cuestión de horas. El chofer me dejó cerca de mi edificio. Agradecí en silencio no vivir en una de esas torres de cristal relucientes donde trabajaba. Mi edificio era más… normal. Un bloque de apartamentos de ladrillo visto, con luces cálidas en las ventanas y el murmullo familiar de la vida cotidiana. Subí las escaleras con el cansancio pegándose a mis huesos. Al llegar a mi puerta, saqué las llaves. Mi apartamento era mi santuario
Desperté con una sensación extraña, una mezcla de familiaridad tibia y una ligera… desconexión. Gabriel dormía a mi lado, con un brazo perezoso rodeándome la cintura. Lo observé en silencio por un instante. Sí, seguía siendo atractivo, con ese aire despreocupado que siempre me había atraído. Pero la chispa, esa electricidad que nos había unido al principio, parecía haberse desvanecido en algún punto del camino. Nuestra noche juntos había sido más un gesto de costumbre que un anhelo real.Me levanté con cuidado para no despertarlo y me preparé para ir a trabajar. Mientras me vestía, reflexionaba sobre esa dinámica con Gabriel. Tal vez era hora de aceptar que esa etapa había terminado de verdad.Al llegar a la torre de oficinas, noté una atmósfera ligeramente diferente. Maximiliano parecía aún más metido en sus rollos de lo habitual. No hizo ningún comentario sobre el día anterior, pero sentí mucha distancia, como si una cortina invisible se hubiera puesto entre nosotros después de ese
El vestido negro del fondo del armario resultó ser mi comodín de la noche. Chicas de todo el mundo, el vestido negro, nunca falla, sencillito pero con su toque elegante, y lo suficientemente cómodo para no sentirme disfrazada entre gente importante. Cuando el carrazo negro de Maximiliano me recogió, me sentí un poco como una espía en una película, lista para descifrar códigos y tomar notas mentales. Al llegar a "Le Gourmet", el ambiente era sofisticado pero relajado, justo como el jefe había pedido. Nos recibieron con reverencias y nos guiaron a una mesa discreta, perfecta para cuchichear sin que nadie oyera. Los dos CEOs extranjeros eran tipos interesantes. El francés, Monsieur Dubois, era un señor como de sesenta, con el pelo blanco peinado hacia atrás con mucha clase, cara flaca y unos ojos azules que te miraban con inteligencia. Vestía un traje impecable y olía a perfume caro, como a madera dulce, era mayor pero muy apuesto debo decir. Mr. Harrison, por su parte era más joven, ro
Llevaba todo el día con el recuerdo del casi beso del día anterior clavado en la mente. Era sábado uno de mis días libres y una y otra vez me imaginaba el tacto de sus labios, recordaba la intensidad de su mirada en la oficina vacía. Necesitaba desesperadamente sacudirme esa sensación, drenar la confusión y la extraña excitación antes de que mi cabeza explotara. Así que llamé a mi amiga Valeria. -¡Vale, amiga! ¿Estás libre para una noche de chicas? Necesito bailar hasta que se me olvide mi nombre… y quizás un par de caras- dije queriendo olvidar lo que pasó luego de la cena. -¡Obvio, Clari! Pero ¿Qué te picó? ¿El príncipe azul resultó ser un sapo con corbata? - Su tono era pura curiosidad juguetona. -Algo así… digamos que el ambiente laboral se puso un poquito… no, demasiado personal. Necesito un respiro urgente. Quedamos en "Euphoria", una disco de esas con luces de neón que te hacen sentir que estás dentro de un videojuego ochentero. Es una de las más exclusivas de la ciudad
Maximiliano El sábado amaneció con la persistente imagen de los ojos de Clara grabada en mi mente. No eran los ojos de mi asistente, eficiente y obediente. Eran los ojos de la mujer que, por un instante fugaz al final de la cena en "Le Gourmet", creí que iba a besar. ¿Por qué no lo hice? El impulso había sido tan fuerte, la cercanía tan palpable... pero la sombra de Ricardo siempre estaba ahí, recordándome que la felicidad era un lujo que no merecía. Su rostro sonriente, la culpa punzante en mi pecho... un recordatorio constante de que yo, indirectamente, había causado su muerte en ese maldito accidente. ¿Cómo podía permitirme la alegría después de eso? Pasé el día en la penumbra de mi apartamento, repasando una y otra vez ese instante en el restaurante. Su mejilla suave bajo mis dedos, su aliento cálido tan cerca... sentí una conexión visceral, una chispa inesperada. Demasiado inesperada. Mi mente gritaba advertencias. Clara era mi empleada. Y yo... yo no podía ofrecerle nada más