Capítulo 30

El sol se coló entre las persianas como un dedo acusador, señalándome la resaca emocional de la noche anterior. Me desperté con una sensación de asco, recordando cada palabra, cada silencio incómodo con Maximiliano.

¿En qué momento me convencí de que algo real podía nacer de esa tensión constante, de esos encuentros a escondidas?

Si no hubiera estado tan caliente, tan desesperada por sentirme viva en sus brazos, quizás ahora no estaría lidiando con este hueco en el pecho, con esta punzante certeza de haber sido una idiota.

Me arrastré fuera de la cama, sintiendo el cuerpo pesado y el alma hecha trizas. La idea de ir a la oficina, de tener que cruzarme con Maximiliano, me daba náuseas. Cada célula de mi ser pedía a gritos escapar, huir lejos de esa atmósfera cargada de promesas rotas y de mi propia ingenuidad. Pero la realidad era que necesitaba ese sueldo, que mis cuentas no se pagarían solas. Así que, con el corazón encogido, me vestí para enfrentar otro día de mierda.

El camino al
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