Al día siguiente, Isabel se despertó temprano, lista para enfrentarse al desafío que Hugo le había asignado. No sabía exactamente qué esperar de este proyecto, pero sí sabía una cosa: este era su momento de demostrar su valía. No iba a permitir que Hugo o nadie más la subestimara.
Cuando llegó a la oficina, fue recibida por el asistente de Hugo, quien la condujo a una sala de reuniones donde ya había varios documentos sobre la mesa. Todo estaba dispuesto para que comenzara de inmediato. Isabel respiró hondo y se sentó frente a la mesa, organizando los papeles con calma, observando todo lo que tendría que aprender en poco tiempo.
Poco después, Hugo entró en la sala, con una expresión seria. No había amabilidad en su rostro, solo una fría profesionalidad. Sin embargo, Isabel no se dejó intimidar. Ya había demostrado que podía manejarse en situaciones difíciles.
—Este es el proyecto de expansión de la empresa —dijo Hugo, señalando una serie de gráficos y documentos que había sobre la mesa—. Necesitarás negociar con nuestros socios y clientes, así que prepárate para tomar decisiones importantes. No es algo fácil.
Isabel asintió, mirando los documentos con atención. Sabía que este era un reto grande, pero también entendía que si lograba hacer bien su trabajo, podría cambiar las percepciones de Hugo y su familia sobre ella.
—Entendido —respondió, mirando a Hugo con una mirada decidida.
Hugo, al ver su reacción, no mostró mucho entusiasmo. Sin embargo, se quedó de pie junto a la mesa y observó cómo Isabel comenzaba a revisar los detalles del proyecto. No sabía si ella sería capaz de manejar todo esto, pero si fracasaba, al menos podría deshacerse de ella sin que la situación fuera un problema.
Isabel pasó varias horas trabajando en los documentos, analizando los costos, las proyecciones y los posibles riesgos. Mientras tanto, Hugo permaneció en su oficina, observando todo desde la distancia, atento a cualquier error que pudiera cometer.
Después de un tiempo, Hugo decidió acercarse a la sala de reuniones para ver cómo avanzaba el trabajo de Isabel. Al entrar, la encontró concentrada, anotando algunas ideas en su cuaderno. La habitación estaba llena de papeles y gráficos, pero lo que más llamó la atención de Hugo fue la calma con la que Isabel abordaba todo. No parecía intimidada por la magnitud del proyecto.
—¿Cómo vas? —preguntó Hugo, con tono neutral.
Isabel levantó la vista y lo miró directamente.
—Voy bien —respondió con confianza—. Ya he identificado los puntos clave. Necesito más información sobre los acuerdos previos con los socios para avanzar, pero creo que puedo manejarlo.
Hugo no pudo evitar sentirse algo impresionado. A pesar de la incredulidad que sentía por haberla puesto al frente de este proyecto, algo en la manera en que Isabel se manejaba le daba una pequeña sensación de respeto. No esperaba que fuera tan capaz, pero aún no estaba dispuesto a dar su aprobación por completo.
—Está bien —dijo, dándose vuelta para salir de la sala—. Asegúrate de tener todo listo para la reunión con los socios la próxima semana. Si no cumples con lo que se espera, no habrá más oportunidades.
Isabel no respondió de inmediato, pero observó cómo Hugo salía de la sala, su mente funcionando a toda velocidad. Sabía que el siguiente paso sería crucial. No iba a dejar que este proyecto fuera otro obstáculo en su camino; lo tomaría como la oportunidad que necesitaba para cambiar su destino.
Hugo salió de la sala de reuniones, con la mente aún en el proyecto y en lo que Isabel había logrado hacer en tan poco tiempo. Aunque no le agradaba la idea de tenerla al frente de algo tan importante, no podía negar que algo en ella había despertado una pequeña admiración. Pero no era suficiente para que bajara la guardia. Necesitaba probar que ella no estaba a la altura.
Se dirigió a su asistente, quien estaba esperando fuera de la oficina.
—Quiero que el socio más difícil se encargue de Isabel en la próxima reunión —dijo Hugo, con tono firme—. Hazle saber que está en este puesto por mis indicaciones y las de mi abuelo. Dile que no se merece estar allí y que no tiene el talento necesario. No la dejes respirar.
El asistente asintió, sabiendo exactamente a qué se refería Hugo.
—Lo haré de inmediato, señor Mercier —respondió el asistente, antes de salir rápidamente a cumplir la orden.
Esa misma tarde, la reunión con los socios comenzó. Isabel, sentada al frente de la mesa, estaba lista para enfrentar el desafío. No importaba lo que pensaran de ella; iba a demostrarles a todos que estaba allí por mérito propio, no solo por las indicaciones de Hugo e Ignacio.
El socio más difícil, un hombre mayor con una mirada dura, fue el primero en atacar. No perdió tiempo y comenzó a hablar con desdén.
—Veo que nos han puesto a una persona que ni siquiera tiene la experiencia necesaria para liderar este tipo de proyectos —dijo con voz áspera—. Esto es un error. Te han puesto aquí por las conexiones de tu familia, no por tus capacidades.
Isabel lo miró en silencio, sin responder de inmediato. El socio la miraba esperando una respuesta rápida, pero ella se mantuvo callada. La sala de reuniones estaba en silencio, y todos los ojos estaban sobre ella. La tensión era palpable, pero Isabel no se dejó llevar por la presión. Dejó que el socio hablara sin interrumpirlo.
Cuando el socio terminó, Isabel finalmente rompió el silencio. Todos esperaban una reacción, pero ella no respondió con una defensa apresurada. En cambio, con una calma sorprendente, le respondió:
—Quizás estoy aquí por indicaciones de Hugo e Ignacio, pero eso no significa que no sea capaz de tomar este reto —dijo, con voz firme y clara—. Solo en este mismo día, he detectado varias fallas en el proyecto que de haberse mantenido habrían llevado a este fracaso.
Los ojos de los socios se abrieron ligeramente, sorprendidos por su aplomo y por las palabras que acababa de pronunciar. El socio que había hablado primero se quedó en silencio, sin saber cómo reaccionar ante la respuesta de Isabel.
—La clave de este proyecto es la atención a los detalles, y estoy aquí para asegurarme de que no cometamos esos errores —añadió Isabel, sin apartar la mirada del socio.
La sala quedó en silencio por un momento, mientras los demás socios intercambiaban miradas entre sí. El socio difícil no supo qué decir al principio, pero finalmente, se limitó a dar un asentimiento tácito. No podía refutar lo que Isabel había dicho.
Isabel había demostrado, en ese breve intercambio, que no solo estaba ahí por las indicaciones de Hugo e Ignacio, sino porque realmente tenía algo que ofrecer. Y aunque Hugo seguía con sus dudas, esta vez se dio cuenta de que tal vez subestimarla había sido un error.