El apagón en el edificio dejó a Isabela paralizada. El silencio se mezclaba con la sensación de encierro y la negrura total que la rodeaba. Sus manos temblaban sobre el escritorio y apenas lograba inhalar aire. Cerró los ojos con fuerza, intentando controlarse, pero en lugar de calmarse, un recuerdo lejano irrumpió en su mente, como si la oscuridad del presente abriera la puerta a la del pasado.
De pronto estaba allí, de nuevo, en aquella cueva del mar, atrapada años atrás.
El viaje había sido planeado como unas vacaciones tranquilas. Isabela, más joven y con un espíritu curioso, se encontraba en un pequeño pueblo costero con algunos amigos. El mar era cristalino, y una de las atracciones turísticas del lugar eran las cuevas naturales que se formaban en la roca, accesibles nadando unos metros desde la orilla.
—Va a ser una aventura —dijo uno de sus amigos con entusiasmo, ajustándose las gafas de buceo.
—Solo entraremos un rato, no hay peligro —agregó otro, tratando de animarla.
Ella n