Verónica Mercier y Claudia se encontraban en la cocina, tomando una merienda tranquila. La atmósfera estaba tensa, con la evidente preocupación de ambas por lo sucedido con Isabel.
—Ha mandado a llamar personal para limpiar y ordenar las habitaciones —comentó Verónica, mientras tomaba un sorbo de té—. No será fácil humillarla.
Claudia, tratando de aligerar la situación con una sonrisa sarcástica, respondió:
—Yo ya tengo listo el traje de empleada. Parece más otra cosa que trabajadora.
Verónica la miró, aunque con algo de desdén, al recordar lo que había ocurrido.
—No lo hará —dijo con una mirada seria—. Ha dicho que no fue traída con esas intenciones, y no entiendo por qué tu abuelo la quiere tanto.
Claudia la observó, un tanto sorprendida por la frustración de su madre, pero no respondió. Finalmente, Verónica se levantó de la mesa.
—Hablaré con Hugo. Estoy segura de que él podrá convencerla de que se vaya —dijo, con determinación en su voz.
La reunión en el despacho con Ignacio ya había terminado, y cuando Verónica llegó a donde estaba Hugo, él la recibió con una mirada dura. La tensión en el aire era palpable.
—Si vuelves a mentirle al abuelo, lo pagarás caro —dijo Hugo, con tono severo, mientras la miraba fijamente.
Verónica, sorprendida por la amenaza de su hijo, frunció el ceño.
—No entiendo a qué te refieres —dijo, intentando mantenerse firme.
Hugo no le dio tiempo a responder. Con un movimiento rápido, se giró hacia su escritorio y le mostró los videos de las cámaras de seguridad.
—El abuelo me ha mostrado las cámaras, mamá —dijo, con voz firme—. Tú has llevado a Isabel a esas habitaciones sucias. No me importa si creíste que lo hacías por mí, pero has quedado mal frente al abuelo.
Verónica se quedó callada, sin palabras por un momento, al darse cuenta de que su intento de manipulación había sido descubierto rápidamente. La imagen de ella misma guiando a Isabel a ese lugar, a la habitación tan descuidada, estaba en la pantalla frente a ella.
—Hijo, lo hice por tu bien. Sé que no quieres que ella esté aquí —dijo Verónica, buscando una justificación—. Quería ahuyentarla, pero no he podido.
Hugo la miró, visiblemente frustrado y cansado de la situación.
—No hagas nada estúpido, mamá —dijo con tono grave—. Desde mañana, Isabel trabajará en la empresa, por orden del abuelo. No puedes seguir interfiriendo más en esto.
Verónica, sorprendida por la firmeza de su hijo, intentó mantener su postura, pero sabía que no podía hacer nada más. Su mirada mostraba incomodidad, y aunque no estaba de acuerdo, no podía cambiar la decisión.
Hugo estaba sentado en su oficina en la mansión, mirando pensativamente hacia el exterior, mientras se preguntaba qué hacer con Isabel. Sabía que no podía simplemente echarla de la mansión, no con todo lo que su abuelo había planeado. Sin embargo, había algo en su mente, una idea que podría funcionar.
Un proyecto complicado y desafiante, uno que requería una gran cantidad de planeación, análisis detallado y habilidades de negociación. Era perfecto. Si Isabel aceptaba, se enfrentaría a un reto que probablemente no podría manejar. Y si fracasaba, podría perder algo de dinero, pero eso sería mínimo comparado con los riesgos que corría si ella se quedaba en su vida. Un matrimonio con alguien como ella podría costarle mucho más de lo que estaba dispuesto a perder.
Pensó en cómo podía lograr que ella se involucrara sin parecer tan obvio, sin que él fuera el villano de la historia. La idea de usarla como un "instrumento" para hacerla fallar le dio una pequeña sensación de satisfacción, aunque sabía que no iba a ser fácil.
Decidió actuar rápidamente. Tomó su teléfono y marcó el número de su asistente.
—Quiero que pongas a Isabel al frente del proyecto de expansión —dijo con tono firme, sin dudar—. Que se encargue de todo el proceso. Asegúrate de que esté bien al tanto de cada detalle. Esto será una prueba.
El asistente, siempre dispuesto a seguir órdenes, respondió afirmativamente.
—Entendido, señor Mercier. Lo haré de inmediato.
Después de colgar, Hugo se quedó mirando el teléfono un momento, organizando su próxima jugada. Finalmente, se levantó de su silla y salió de la oficina, caminando hacia el salón donde Isabel estaba.
Al verla, su mirada fue directa, como si no hubiera espacio para dudas.
—Isabel —dijo, sin rodeos—. Tengo un proyecto importante para ti. Desde mañana, estarás al frente de la expansión de la empresa. Necesito que te encargues de todo, desde la planeación hasta las negociaciones. Este es un reto importante, así que espero que te pongas a trabajar inmediatamente.
Isabel lo miró, sorprendida pero con la misma firmeza en su rostro. No dijo nada en ese momento, pero su mente comenzó a procesar lo que Hugo acababa de proponer. Si se metía en este proyecto, no había marcha atrás. Pero también sabía que una oportunidad como esa podría ser su carta de entrada para demostrar que podía manejar cualquier desafío.
—Entendido —respondió Isabel, sin dudar, mientras lo miraba con determinación.
Hugo asintió, satisfecho por su respuesta, aunque sabía que, en el fondo, esto solo era un primer paso en el juego de poder que había comenzado entre ellos.