El vehiculo se detuvo frente a la gran entrada de la residencia Mercier. El silencio de la madrugada envolvía la mansión, solo interrumpido por el motor que se apagó suavemente. Hugo bajó primero, con rapidez y sin dudar un segundo se dirigió hacia la otra puerta para ayudar a Isabel. Ella estaba medio dormida, aún cansada, pero su cuerpo descansaba en los brazos de él como si ese lugar fuera el más seguro del mundo.
Hugo la sostuvo con cuidado, como si fuera lo más frágil que había tenido entre sus manos. Entraron por la puerta principal, y en ese instante, Claudia, que había estado esperando inquieta en la sala, se levantó de golpe al verlos.
—¿Qué pasó? —preguntó con voz entre sorprendida y preocupada, acercándose unos pasos.
Hugo no contestó de inmediato. Su mirada estaba concentrada únicamente en Isabel, que respiraba con calma, ajena a la tensión que se percibía en el ambiente. Cuando por fin habló, lo hizo con un tono firme, casi cortante:
—No fue nada grave, pero necesitaba de