Capítulo IV: Recuerdos.

Cinco años atrás.

Abigaíl se sentía como una adolescente impaciente. Había esperado esta noche por semanas. Joe, el chico que era el sueño de todas, la había invitado a una cita en la biblioteca. Ella se había arreglado con cuidado, ilusionada por empezar un cuento de hadas. Pero el tiempo pasaba. Revisaba su reloj una y otra vez, y la pequeña chispa de ilusión comenzaba a apagarse, dejando solo vergüenza. Joe no llegaba.

La frustración de Abigaíl creció. Su hermana le había advertido que los "chicos perfectos" eran a menudo los más decepcionantes. No sería el juguete de un playboy, por muy amigo de su hermana que fuera. Estaba a punto de darse la vuelta, sintiéndose humillada por la espera, cuando escuchó un grito que venía detrás de ella.

—¡Abigaíl! —El grito se escuchó áspero y con prisa. Justo cuando iba a acelerar el paso, una mano la tocó en el hombro.

La rabia por la espera, la frustración y el miedo de estar sola en la noche hicieron que Abigaíl reaccionara por instinto. Ella había practicado defensa personal por años y su golpe de kárate, certero y potente, fue directo a los bajos. Vio al joven caer al suelo, retorciéndose y gimiendo de dolor, incapaz de respirar.

—¡Oh, Dios mío! Lo siento —dijo Abigaíl, la vergüenza regresando con fuerza. Pensó que era un pervertido, pero al verlo más de cerca, supo que no era así.

Arthur, el primo de Joe, se arrastró un poco antes de poder asentir. Era alto, con el cabello castaño bien peinado y una sonrisa que prometía encanto, aunque ahora estaba llena de muecas de dolor.

—No te preocupes —logró decir entre dientes, mientras ella lo ayudaba a ponerse de pie—. Fui yo el imprudente al tocarte así.

Arthur explicó que Joe había sido llamado de urgencia por su madre y debía posponer la cita. Sus palabras eran suaves y estaban bien elegidas, pero Abigaíl, con su corazón roto por la cancelación, ya no pensaba con claridad. Por cortesía y sintiéndose culpable por el golpe, ella lo invitó a tomar un café. Arthur aceptó de inmediato.

En la cafetería, Arthur comenzó su juego. Habló de Joe con respeto, pero plantó semillas de duda.

—Joe tiene un gran corazón, Abigaíl, pero está lleno de problemas familiares. Vive con heridas que no puede sanar y por eso se aleja de la ciudad y de su futuro. Necesita encontrar la paz.

Abigaíl escuchó, y cada palabra de Arthur sonó como una excusa para la cobardía de Joe. Arthur, en cambio, se presentó como la estabilidad. Habló de su carrera, de la herencia Briston y de cómo estaba destinado a llevar la empresa familiar. Él era el puerto seguro, el hombre con metas, el que nunca huiría. En ese momento, Abigaíl solo veía a un caballero, un hombre que la hacía sentir vista y valorada, algo que Joe, al huir de la cita, no había logrado. Arthur era la promesa de una vida organizada, lejos del dolor que Joe parecía arrastrar.

Arthur, por dentro, solo hacía cálculos. Vio a la esposa perfecta: una chica inocente, con una carrera, de buena familia. Ella era la llave para ganar el favor de su abuelo sobre Joe, el nieto favorito. Abigaíl no era un amor, era una herramienta de ascenso social.

La cita fue perfecta, y Arthur la dejó en la entrada de su apartamento. Intercambiaron números y él, en un gesto calculado, la invitó a la casa familiar ese mismo fin de semana. Ella, encantada y ya en sus redes, aceptó con la condición de que Estela la acompañara. Arthur dejó un beso casto en su mejilla, sellando el inicio de su mentira.

Esa misma noche, Arthur contactó a Joe, riéndose de la situación.

—Espero que no te moleste, primo. Abigaíl es totalmente mi estilo: tranquila, hermosa y perfecta para el futuro que busco —dijo Arthur con una sonrisa triunfante.

Joe, a miles de kilómetros, empuñó la mano con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos. Sintió un dolor terrible, pero se obligó a reír.

—No te preocupes, no pensé que pasaría algo así. Espero que la respetes y que todo sea perfecto para ustedes —mintió Joe.

Joe, desconsolado, se convenció de que Abigaíl merecía algo mejor. Pensó en sus propias heridas, en la venganza que tenía pendiente contra la familia y cómo eso la arrastraría a la oscuridad.

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