El mármol de la Mansión Briston se sentía frío bajo los zapatos de Abigaíl. Su corazón, sin embargo, latía con una determinación helada, como un arma lista para usarse. Su reencuentro con Joe en el pasillo había sido un choque eléctrico que intentaba ignorar, pero el nombre de Joe seguía resonando en su mente. Tenía que concentrarse: su objetivo era Roberto Briston, el único hombre de la familia que siempre la había tratado con justicia.El despacho de Roberto era una biblioteca de caoba y cuero, con un olor a viejo brandy y sabiduría. El patriarca la esperaba sentado en un sillón, con una expresión seria, pero sus ojos azules brillaban con respeto.—Siéntate, muchacha —dijo Roberto, invitándola a la silla frente a su escritorio. Él no hizo preguntas sobre el divorcio. Él ya lo sabía todo.Abigaíl tomó asiento y esperó, sintiendo el peso de la oportunidad.—Me has demostrado carácter, Abigaíl. Y eso, en esta familia, vale más que todo el dinero del mundo —comenzó Roberto, apoyando sus
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