Edward
No sé en qué momento dejó de hablarme. Fue sutil, casi imperceptible, como si alguien bajara lentamente el volumen de su voz hasta convertirla en un eco. Caminábamos de regreso al jardín, donde el resto de mi familia cenaba entre copas de vino y risas, pero sentía que Grace y yo estábamos en una burbuja aparte, donde no llegaba el aire.
Iba a mi lado, pero era como si estuviera a kilómetros. No había roces accidentales, ni miradas compartidas, ni ese suspiro leve que solía hacer cuando algo le divertía en silencio. Nada.
Le pregunté si estaba bien.
Asintió sin mirarme.
Y ahí supe que algo andaba mal. Muy mal.
Me dolía admitirlo, pero esa actitud me descolocaba más de lo que me gustaría. Me fui de Nueva York con la cabeza llena de pendientes, deseando volver a verla, abrazarla, contarle todo. Pensé que me esperaba con ganas, con preguntas, con esos ojos que siempre buscan los míos. En cambio, tenía frente a mí a una mujer hermética, fría, distinta.
Nos sentamos a la mesa del jar