Edward
Esa noche, el silencio en la hacienda pesaba distinto.
El viento que venía desde los viñedos arrastraba un aroma a tierra húmeda y lavanda. Todo parecía en calma, pero mi mente estaba lejos de descansar.
En el despacho, la luz de la lámpara apenas iluminaba los documentos sobre el escritorio. El contrato de McAllister Holdings reposaba frente a mí, un recordatorio de que había dejado entrar a una desconocida en mi mundo bajo el disfraz de una socia prometedora.
Fiona McAllister.
O, como había descubierto esa mañana, Fiona Ferraro.
Había hablado con mi madre apenas unas horas antes. Lorenza había escuchado en silencio mientras le contaba todo: que Fiona no era una empresaria cualquiera, que me había mentido desde el principio y que su verdadera identidad estaba vinculada a la historia que los Langford intentaron enterrar hace décadas.
Cuando terminé, Lorenza se quedó quieta, los dedos entrelazados sobre la mesa del comedor.
—Sabía que tarde o temprano algo del pasado de los Fer