Fiona
El jardín de la villa huele a tierra mojada y a papel viejo. Me siento en el banco de hierro forjado con una taza de té que nadie ha sido capaz de preparar tan bien como mi madre. Alrededor, los olivos se mueven como si supieran que hoy es un día que merece ser observado.
He venido a este lugar a desenterrar recuerdos que otros enterraron con prisa y vergüenza. No es nostalgia; es oficio. Trabajo con memorias. Trabajo con cuentas que no cerraron. Trabajo con humillaciones que esperan su pago.
Espero siempre a que la tormenta me dé su primer embate —esa es la metáfora que repetía mi madre cuando había que aprender a pegar de vuelta—. Hoy la tormenta viene en formato de pantalla: un correo electrónico nuevo. Lo abro con la calma del que no teme, pero la cabeza en llamas del que sabe exactamente lo que hay dentro.
Adjunto: contrato rescindible. Mensaje breve, casi protocolario. “La verdad siempre encuentra su camino, aunque intentes disfrazarla. —E.L.”
Río. Es un sonido pequeño, si