La mañana estaba nublada, como si el cielo compartiera la melancolía que Isabel sentía. El aire fresco del bosque la envolvía mientras caminaba entre los árboles, su mente aún atrapada entre los ecos de la noche anterior. El tacto de los dedos de Theo en su piel, su mirada profunda y la fragilidad de la distancia que los separaba seguían jugando en su cabeza.
Intentó concentrarse en los sonidos del bosque, en la calma de la naturaleza que la rodeaba, pero nada parecía poder calmar la tormenta interna que llevaba dentro. Cada paso que daba, cada pensamiento que intentaba ordenar, solo la sumía más en un mar de confusión.
Isabel se detuvo junto a un arroyo, dejando que el agua corriera, como si la naturaleza tuviera alguna respuesta que ella no lograba encontrar. Sus ojos se fijaron en las piedras lisas bajo el agua, las hojas que flotaban en la corriente. Esto no puede seguir así, pensó. Pero no sabía qué hacer con lo que sentía por Theo, ni cómo deshacerse de la atracción que se había desatado.
El sonido de las hojas secas bajo sus pies la acompañaba mientras seguía el cauce del arroyo. Cada tanto se detenía, como si su cuerpo quisiera asegurarse de que realmente quería seguir adelante.
Entonces lo sintió. No un sobresalto. Más bien una certeza: alguien la observaba. Giró sobre sus talones, en tensión. Y allí, a unos metros, emergiendo de entre los árboles como si siempre hubiera estado allí, estaba Theo. Camisa blanca arremangada, mirada seria, sin aliento.
—Te fuiste sin decir nada —dijo él, con voz baja pero clara.
—¿Me seguiste? —preguntó Isabel, sin saber si sentirse expuesta o protegida.
Theo tardó en responder. Se acercó con pasos lentos.
—Solo… quise asegurarme de que estabas bien. El bosque no siempre es amable con quienes vienen a buscar respuestas.
Isabel lo miró. Parte de ella quería recriminarle la invasión. Pero otra parte… otra parte había deseado que apareciera justo ahora.
—No pude dejar de pensar en lo que sucedió ayer —dijo Theo, con voz baja, pero firme, como si ya supiera lo que ella pensaba, como si ya hubiera estado esperando este momento.
Isabel sintió un nudo en el estómago. No podía permitir que esto se convirtiera en algo más. Sin embargo, en el fondo de su ser, algo le decía que lo que sucedía entre ellos era inevitable.
—¿Y qué fue lo que pasó ayer, Theo? —preguntó, sin querer mostrar que en realidad, ya sabía la respuesta. No estaba segura de cómo sentirse al estar tan cerca de él, pero tampoco quería que se notara lo vulnerable que se sentía.
Theo dio un paso hacia ella, acortando la distancia entre ellos de nuevo. Isabel podía sentir el calor de su cuerpo, su respiración más profunda y controlada, pero había algo en el aire que la hacía perder el control por momentos.
—No lo sé... —respondió él, sus ojos intensamente fijos en los de ella—. Pero sé que no podemos seguir ignorándolo.
Isabel tragó saliva, sintiendo el impulso de dar un paso atrás, pero algo en la forma en que Theo la miraba la detenía. La atracción entre ellos era más fuerte que cualquier resistencia que pudiera ofrecer.
—Esto no es lo que debería estar pasando, Theo —dijo, casi como una advertencia, aunque su voz tembló levemente, traicionando la firmeza que intentaba imponer.
Theo la observó en silencio durante un largo momento, y luego, con una sonrisa esquiva, extendió su mano hacia ella. Un gesto simple, pero cargado de una invitación silenciosa.
—¿No me vas a dejar ser una parte de tu historia, Isabel? —susurró, acercándose aún más. El tono de su voz se tornó suave, pero con una firmeza que hizo que Isabel casi olvidara cómo respirar.
Isabel dudó. La necesidad de retroceder luchaba contra el impulso de acercarse a él. Pero su cuerpo, como si tuviera vida propia, comenzó a moverse hacia Theo sin que pudiera detenerlo. El roce de sus dedos al entrelazarse con los de él fue un choque de electricidad que recorrió su piel. Un toque sencillo, pero suficiente para encender todo lo que había estado guardando.
—Theo... —su voz salió casi en un suspiro, pero sus palabras quedaron atrapadas en su garganta cuando él se inclinó ligeramente hacia ella.
Por un segundo, todo a su alrededor desapareció. Los árboles, el arroyo, el aire frío. Solo existían ellos dos.
Sus labios se encontraron en un beso suave, pero cargado de una intensidad inmediata. Isabel cerró los ojos, dejándose llevar por la sensación, el calor de su boca, la urgencia de un deseo que hasta entonces había mantenido reprimido. El beso fue breve, pero eterno, y cuando se separaron, Isabel aún podía sentir el roce de sus labios, como si se hubiera quedado atrapada en su contacto.
Isabel sintió el mundo detenerse un instante. No por amor. No por certeza. Sino porque por primera vez, su deseo no pedía permiso.
—No puedes seguir huyendo, Isabel —dijo Theo, con su respiración aún entrecortada. —No de mí. No de esto.
Isabel lo miró, sintiendo su corazón acelerado en el pecho, pero al mismo tiempo, una extraña paz que la invadía. Algo en él, algo en esa conexión, la hacía querer dejarse llevar. Pero también sabía que no podía ceder tan fácilmente.
Un ruido a lo lejos la hizo volver a la realidad. Miró hacia donde se había originado el sonido, y su corazón dio un vuelco al ver a Javier acercándose por el camino. La tensión que había estado acumulándose entre ella y Theo desapareció instantáneamente, dejando espacio para una sensación más compleja: la incomodidad.
Theo siguió su mirada, y su expresión se volvió algo más seria.
—Es mejor que nos vayamos —dijo Theo, tomando un paso atrás. Isabel lo observó con una mezcla de incomodidad y alivio, sin poder determinar qué sentía realmente.
Javier llegó a ellos, y el aire entre los tres se cargó de una tensión palpable.
—¿Todo bien? —preguntó Javier, con esa sonrisa que a Isabel le parecía cada vez más cargada de interrogantes. Un instante que cambiaba por completo la dinámica.
Isabel sintió que el peso de lo no dicho se cernía sobre ellos, pero en lugar de dar una respuesta clara, solo sonrió levemente. Sabía que había más por descubrir, pero también sabía que el camino estaba lleno de sombras y preguntas sin respuesta.
El resto de la tarde pasó en un torbellino de palabras no dichas y gestos vacíos. Isabel trató de volver a centrarse en lo que había venido a hacer, pero la sensación de estar atrapada entre dos mundos persistía. No podía dejar de pensar en Theo, ni en Javier, ni en todo lo que estaba comenzando a surgir.
El día comenzaba a desvanecerse cuando una llamada interrumpió sus pensamientos. Era del hotel. Había algo que necesitaba saber.
Isabel no pudo evitar sentirse como si estuviera atrapada en un juego del que no conocía las reglas. La llamada del hotel había sido lo único que la había sacado de la maraña de pensamientos que la envolvían, pero ni siquiera eso podía aliviar la tensión acumulada entre ella, Theo y Javier.
Estaba en su habitación, tratando de organizarse antes de la cena, cuando el sonido del timbre de la puerta la hizo dar un salto. Al abrir, se encontró con Theo parado en el umbral, su expresión seria, casi desafiante.
—¿Puedo pasar? —preguntó con una sonrisa ligeramente forzada. No esperó respuesta y cruzó el umbral sin pedir permiso.
Isabel lo miró, sorprendida pero sin atreverse a rechazarlo. Estaba cansada de huir de sus propios sentimientos, y si algo le había enseñado la tarde anterior, era que no podía seguir negando la atracción que había entre ellos. Pero, al mismo tiempo, no podía dejar de sentir que algo más se tejía en la sombra, algo que no estaba dispuesto a revelar por completo.
Theo caminó hacia la ventana y se apoyó en el marco, mirando el paisaje que se extendía ante ellos. Isabel se quedó cerca de la puerta, insegura de cómo actuar. Había algo en la manera en que Theo la miraba, algo que hablaba de más que una simple atracción física.
—¿Vas a quedarte aquí todo el tiempo? —preguntó Isabel, con tono ligero pero cargado de curiosidad. La respuesta a su propia pregunta no era clara.
—Quizás —respondió él, sin mirarla directamente. La respuesta había sido evasiva, y aunque no se lo esperaba, sentía la punzada de algo más profundo en sus palabras.
Isabel lo observó un momento en silencio, luchando contra sus pensamientos. Algo en su interior le decía que la verdad no era tan simple como parecía. Pero antes de poder articular algo, Theo habló nuevamente, esta vez con un tono más serio.
—No quiero que te vayas, Isabel. Sé que esto es complicado, pero creo que... hay algo más entre nosotros, algo que no podemos ignorar.
Isabel respiró hondo. La respuesta estaba allí, en la punta de su lengua, pero no la dijo. No podía. No todavía. Porque, al igual que con Javier, había demasiadas preguntas sin responder.
—Theo... —comenzó a decir, pero la puerta se abrió de golpe, interrumpiendo el momento.
Era Javier, con su rostro imperturbable, pero los ojos brillando con una mezcla de curiosidad y algo más. La tensión en el aire se intensificó de inmediato.
—¿Puedo interrumpir? —preguntó Javier, sin esperar respuesta. Su mirada pasó rápidamente de Theo a Isabel, luego volvió a Theo, como si quisiera medir cada detalle de lo que estaba sucediendo entre ellos.
Isabel no sabía si se sentía aliviada o incómoda por su presencia. Había algo en la forma en que Javier la miraba que la inquietaba. No era solo el amor no declarado, sino una especie de dominio silencioso que parecía querer imponer.
—En realidad, estábamos... —Theo comenzó a hablar, pero Javier lo interrumpió con una sonrisa ladina.
—No hace falta aclarar nada. Isabel, ven con nosotros a la terraza, el aire está fresco esta noche.
Isabel lo miró, sorprendida por la actitud de Javier. No estaba seguro de si lo hacía para protegerla de la incomodidad de la situación con Theo, o si simplemente quería mantener el control sobre lo que sucedía.
Theo se acercó un paso, pero Isabel vio cómo su rostro se endurecía ligeramente. La tensión estaba palpable entre los tres, y ella no podía más que sentir que algo se estaba rompiendo en su interior. La incomodidad aumentaba y su mente luchaba por encontrar una respuesta, pero no había palabras fáciles para lo que estaba sucediendo.
—Voy a ir... —respondió Isabel, con la voz un poco más baja de lo que pretendía. No quería hacer más grande el conflicto, pero tampoco deseaba quedarse encerrada en su habitación mientras las cosas seguían sin resolverse.
Sin embargo, cuando ella giró hacia la puerta, la mano de Theo la detuvo con suavidad.
—Un momento —dijo, tomando su muñeca con suavidad. Isabel sintió una corriente eléctrica al contacto, pero esta vez no era una atracción, era algo más como un grito interno que le pedía respuestas.
—No podemos seguir así, Isabel —susurró, mirando directamente a sus ojos, buscando algo en ella. Algo que no estaba dispuesto a dejar ir.
Por un momento, deseó quedarse en ese espacio suspendido, donde nadie más opinaba, donde podía sentir sin pensar. Pero la realidad volvía como una ola. Estaba cansada de que otros marcaran el ritmo de sus decisiones, de vivir entre las versiones que los demás tenían de ella.
No sabía aún qué camino elegir. Pero sí sabía esto: tenía que empezar a elegirse a sí misma. Aunque doliera. Aunque doliera a los otros.
El aire se volvió denso, casi cargado. Isabel no supo qué hacer con todo lo que estaba sintiendo. Su corazón latía con fuerza, pero su mente estaba abrumada. Tenía que enfrentarse a la realidad. No podía continuar jugando con la confusión.
Antes de que pudiera responder, Javier irrumpió en la habitación nuevamente, con una sonrisa tensa.
—¿Es esta la mejor manera de resolver las cosas? —preguntó, con un tono ligeramente sarcástico, pero la pregunta era seria. —Deberíamos hablar, los tres. Y sincerarnos. Este tira y afloja solo va a desgastarnos.
Isabel se volvió para mirar a Javier, pero vio en su rostro que había una voluntad de no ceder. El desafío en su mirada era claro. El control sobre la situación ya no era de ella.
—Está bien —dijo Isabel, su voz temblando levemente. Ya no podía seguir ignorando lo que estaba pasando.
La conversación en la terraza no resolvió nada, pero dejó claro que las cosas entre los tres iban a complicarse mucho más de lo que Isabel había anticipado. Al día siguiente, se sentó en el borde de la cama, mirando a través de la ventana, preguntándose cómo había llegado tan lejos sin comprender completamente los deseos y las sombras de los hombres a su alrededor.
Pero una llamada, un mensaje misterioso, cambiaría el curso de las cosas. Y cuando menos lo esperaba, tendría que tomar decisiones que marcarían un punto sin retorno.