La mañana siguiente, Isabel despertó con una sensación de pesadez en el pecho, como si la atmósfera a su alrededor hubiera dejado de respirar. El sueño había sido intranquilo, plagado de fragmentos de recuerdos difusos y el sonido de sus propios latidos acelerados. Cuando sus ojos se abrieron, la primera imagen que tuvo fue la de Theo y Javier, sus rostros fusionados en una compleja maraña de deseo, frustración y algo más, algo que no podía identificar con claridad.
Se levantó lentamente de la cama, intentando evadir la incomodidad que sentía. Había algo en la desconfianza creciente de los hombres a su alrededor que la desgarraba por dentro. En su mente resonaba una sola pregunta: ¿por qué no podía tomar el control de la situación? ¿Por qué se sentía arrastrada por fuerzas que no comprendía?
El sonido de su teléfono interrumpió sus pensamientos. Era un mensaje de Theo.
"Te vi anoche. Me vi reflejado en tus ojos, Isabel. Sabes que lo que hay entre nosotros no es