El salón de conferencias de la mansión se había convertido en un campo de batalla silencioso. Doce hombres de traje oscuro rodeaban la mesa de caoba, sus rostros impasibles ocultando la sorpresa que sentían al ver a Elena sentada junto a Adrián en la cabecera. Ella podía sentir sus miradas evaluándola, juzgándola, preguntándose qué hacía allí.
Elena llevaba un vestido negro ceñido que resaltaba su figura sin resultar provocativo, el cabello recogido en un moño bajo y los labios pintados de un rojo intenso. Había elegido cuidadosamente cada detalle de su apariencia para esta reunión. No era vanidad; era estrategia.
—Caballeros —dijo Adrián con voz serena pero autoritaria—, como les informé, hoy mi esposa nos acompañará. La operación en Valparaíso requiere una perspectiva diferente.
Elena observó cómo varios de los hombres intercambiaban miradas de desconcierto. Ramírez, el más veterano del grupo, carraspeó antes de hablar.
—Con todo respeto, Adrián, este asunto requiere... experiencia.