El silencio de la mansión se había vuelto su único compañero. Elena caminaba descalza por el pasillo del segundo piso, aprovechando que Adrián había salido a una reunión de negocios que, según él, se extendería hasta entrada la noche. La libertad momentánea le permitía respirar sin sentir su mirada penetrante siguiendo cada uno de sus movimientos.
Se detuvo frente a la puerta del despacho privado. Aquel santuario que Adrián mantenía bajo llave, donde pasaba horas encerrado cuando las sombras de sus negocios lo reclamaban. Elena extrajo la llave que había encontrado días atrás, escondida en el fondo de un jarrón antiguo. Sus dedos temblaban mientras la introducía en la cerradura.
El chasquido metálico resonó como un disparo en el silencio.
—Si me descubre aquí... —murmuró para sí misma, pero apartó el pensamiento. Necesitaba respuestas.
El despacho olía a cuero, madera pulida y aquel perfume que Adrián siempre usaba. Elegante, masculino, intimidante. Como él. Las cortinas estaban parci