Caminar sobre una cuerda floja. Eso es lo que siento, un paso en falso y todo podría desplomarse. El problema es que no sé si quiero dar ese paso. Algo en mí grita que algo no está bien, pero mi corazón se niega a escucharlo. Todo en mi vida con Adrián ha sido una montaña rusa de emociones intensas. Desde el primer beso hasta sus silencios, cada detalle de nuestra relación me consume, me atrapa en un juego peligroso del que no sé si quiero salir.
Hoy, lo acompaño a un evento de negocios. La extravagancia de la gala, con sus luces tenues y los trajes de etiqueta, es todo lo que uno podría esperar de una reunión de alto nivel, pero hay algo inquietante en el ambiente. Las personas que nos rodean se comportan con una cortesía calculada, pero es claro que todos parecen evitar miradas demasiado largas hacia Adrián. Hay un miedo implícito en sus gestos, en sus sonrisas forzadas. Él camina con una seguridad arrolladora, como si estuviera rodeado de sombras invisibles que se apartan ante él. Y yo… yo sigo de cerca, como una espectadora, sin saber realmente dónde encajo en este mundo que parece tan distante de mi propia realidad.
A lo largo de la velada, me percato de los susurros entre los asistentes, miradas furtivas que se cruzan, y me doy cuenta de que, aunque todos parecen agradables en su fachada, hay algo mucho más profundo en el aire, algo que no puedo definir. No puedo evitar sentir que estoy observando una faceta de Adrián que nunca imaginé. Lo veo hablar con varios socios, su voz suave pero firme, y noto cómo los hombres y mujeres a su alrededor se mantienen en una distancia casi reverencial.
Todo esto me resulta extraño. ¿Quién es este hombre realmente? ¿Quién es el hombre que me ha mostrado, el hombre que me besa con desesperación y me dice que confíe en él, o este otro, rodeado de respeto y temor, como si fuera alguien fuera de mi alcance? Cada sonrisa de Adrián parece cargada de una amenaza silenciada, y cada palabra que dice a sus socios se siente como una promesa de poder absoluto.
Decido hacer algo arriesgado. En un momento, mientras él está ocupado en una conversación con un viejo amigo, me aparto hacia una esquina, donde me encuentro con Hugo, uno de los socios más cercanos de Adrián. Un hombre alto, con una mirada fría y distante, pero que me ofrece una sonrisa simpática cuando me acerco.
—Elena, ¿cómo estás? —dice mientras toma una copa de vino y me la ofrece, invitándome a unirse a su conversación.
Me siento tentada a evitar hablar de cosas que podrían incomodarme, pero hay algo que me impulsa a saber más.
—Bien, gracias. —Mi respuesta es breve, y por un instante me siento incómoda bajo su mirada perspicaz. —Estaba pensando en lo bien que se ve todo esta noche. Todos parecen tener tanto respeto por Adrián.
Hugo sonríe, pero hay algo inquietante en su expresión. Él lo sabe, lo ve, lo siente. Lo mismo que yo, pero parece disfrutar del juego.
—Adrián ha logrado que todos respeten lo que él tiene. Aunque, debo admitir que no siempre fue fácil. —Hace una pausa, como si no quisiera decir más, pero luego, como si ya no pudiera evitarlo, añade—: Algunas personas temen más a Adrián de lo que creen.
Mis ojos se abren un poco más, y aunque intento no mostrarlo, una parte de mí se inquieta. La insinuación está ahí, flotando en el aire entre nosotros, pero Hugo no parece dispuesto a profundizar.
—¿Temen? —pregunto, y mi voz sale más suave de lo que planeaba. ¿Por qué quiero saber más? Algo en mí quiere entender, quiere que alguien me dé una pista de lo que estoy viendo pero no puedo comprender.
Hugo no responde de inmediato. Solo toma un sorbo de su vino y, por fin, cuando sus ojos encuentran los míos, hay una expresión extraña en su rostro, casi como si me estuviera evaluando.
—Hay muchas cosas sobre Adrián que no sabes, Elena. —Su voz es grave, como si dijera algo prohibido. —Pero no te preocupes. Tú eres su mujer, y a los ojos de todos, él te protegerá.
Eso es todo lo que dice antes de cambiar de tema, como si me hubiera dicho más de lo que quería. Sin embargo, las palabras siguen martillando mi cabeza: “No sabes todo”. Y el miedo que sentí al principio se intensifica, porque sé que algo está mal. Algo que no logro captar, pero que todos parecen ver. Y ese algo es lo que, ahora, me aterra.
Esa noche, cuando volvemos a casa, la tensión se siente en el aire. Adrián está tan callado como siempre, pero hay algo más en su actitud. Algo que me hace sentir que está a punto de explotar.
Él entra por la puerta, como si nada hubiera pasado, pero cuando se quita la chaqueta, noto algo que me hace detenerme: hay sangre en sus nudillos. No es mucho, pero está ahí. Y mi estómago se revuelca.
—¿Qué ha pasado? —le pregunto, mi voz temblorosa. Hay algo en mi tono que lo hace girarse hacia mí con una mirada que, por un segundo, parece casi… peligrosa.
Él no responde de inmediato. Solo avanza hacia mí, dejando la chaqueta a un lado, y su mirada se vuelve intensa. Puedo ver que está molesto, pero no sé si es por lo que he dicho o por algo que aún no entiendo.
Me acerco un poco, incapaz de apartar la vista de sus manos, de la sangre que no sé si ha salido de su piel o de alguien más. Mis pensamientos corren a mil por hora. Las imágenes del evento de esta noche, las palabras de Hugo, todo empieza a encajar en mi mente, pero nada tiene sentido.
—Adrián, ¿qué ocurrió? —repito, mi voz apenas un susurro, pero esta vez no estoy dispuesta a dejarlo pasar. Si está herido, yo debo saber por qué.
Él me mira con una intensidad que me hace retroceder. Y entonces, en un movimiento rápido, me empuja suavemente contra la pared. La fuerza de su toque me toma por sorpresa, pero no me duele. Hay una presión en su cercanía, algo que me obliga a mantenerme en su lugar.
—Nunca hagas preguntas cuyas respuestas no quieres escuchar. —Su voz es baja, grave, y su respiración se siente cerca, demasiado cerca. Estoy atrapada en su abrazo, y aunque mi cuerpo está tenso, no puedo apartarme. No quiero hacerlo.
Su rostro está a milímetros del mío, y su aliento roza mis labios. El miedo y la fascinación se mezclan dentro de mí, como un veneno dulce que no puedo evitar tragar. Siento un estremecimiento, una mezcla de terror y deseo que me recorre entera.
Él parece leer mis pensamientos en silencio, y su mirada se suaviza, pero sigue siendo peligrosa. Como si supiera exactamente lo que está provocando en mí.
—No me hagas esto, Elena. No esta noche.
Pero es tarde. La grieta ya está ahí, apenas visible, pero profunda, en nuestro mundo, en nuestra relación. Algo se ha roto, y ahora todo parece mucho más oscuro, más complejo. Y yo… yo estoy atrapada entre el miedo y la fascinación.
Y en el fondo, una parte de mí, una parte peligrosa, no puede dejar de desear descubrir qué hay detrás de la sombra que lo envuelve.
El aire en la sala de espera está denso, como si el simple acto de respirar fuera un esfuerzo innecesario. Estoy sentada en un rincón discreto del evento de negocios al que Adrián me ha traído, un evento que no tenía claro qué tan importante era hasta que entramos. Las conversaciones se reducen a murmullos, los trajes caros que cubren los cuerpos de los hombres de negocios que nos rodean parecen envolverlos en un manto invisible de poder. Todos sonriendo, todos intercambiando palabras, pero nadie realmente parece estar interesado en nada más que en lo que se esconde detrás de esas sonrisas.
"Elena, ¿quieres algo de beber?" Adrián me pregunta, sus ojos fijos en la multitud, como si ya estuviera calculando su próxima jugada.
"Agua está bien, gracias", respondo con una sonrisa forzada, manteniendo una calma que no siento. Siento como si cada palabra en el aire estuviera cargada de algo que no entiendo, pero que de alguna manera me afecta.
A medida que me alejo de él, busco distraerme observando a las personas que nos rodean, pero hay algo en la atmósfera que me incomoda. Como si me estuviera vigilando, como si esperaran que algo ocurriera.
Es en ese momento cuando noto a un hombre que no ha parado de mirarme desde que llegamos. Alto, con un corte de cabello impecable y una mirada que me atraviesa como un rayo. Es uno de los socios de Adrián, alguien que nunca había visto antes, pero que no parece tan... amistoso como los demás. No puedo evitar que mi corazón se acelere un poco, y mis pensamientos se vuelven confusos.
Vuelvo a Adrián, que está conversando con otro de los asistentes, pero mi mente no deja de preguntarse quién es ese hombre y por qué me observa de manera tan intensa.
Poco después, Adrián me pide que lo acompañe a una sala privada, donde uno de los socios más cercanos a él espera para hablar de negocios. Al principio, el hombre me saluda con una sonrisa, pero hay algo en la tensión de su mandíbula que me deja helada. Adrián se encarga de la conversación con su carisma habitual, pero no puedo evitar que las palabras del hombre floten en mi mente.
"Es interesante que una mujer tan hermosa como tú esté tan cerca de él", dice el hombre, su voz suave, pero sus palabras tienen un peso extraño. "¿No te parece peligroso? Algunas veces, las personas como Adrián... hacen cosas que una mujer como tú no podría comprender."
La frase me hace darme cuenta de que algo no está bien, pero antes de que pueda responder o siquiera procesar lo que me ha dicho, Adrián me toma del brazo y me guía hacia el evento, cambiando completamente la atmósfera de la conversación.
Esa noche, las cosas no mejoran. Regresamos al hotel, y aunque Adrián parece tranquilo, hay algo en su postura que me pone los pelos de punta. Esa frialdad que se asoma por debajo de la capa de encanto siempre presente. Me dejo caer en la cama, mis pensamientos corren como ríos desbordados, pero intento calmarme.
Es entonces cuando lo veo entrar en la habitación. Adrián, vestido con ropa de calle, pero sus puños parecen más tensos que de costumbre. Algo me dice que no ha tenido un día fácil, pero lo que me sorprende es ver sangre en sus nudillos. Mi mente no tarda en hacer las conexiones más oscuras.
"¿Adrián?" Mi voz tiembla al decir su nombre. Intento mantener la calma, pero el miedo empieza a infiltrarse en mí.
Él no responde de inmediato, solo se queda allí, observándome con esos ojos oscuros que no me permiten adivinar qué está pasando por su mente. Luego, se acerca lentamente. En sus movimientos hay algo peligroso, como si cada paso que da fuera calculado, meticulosamente ejecutado.
"Es solo un pequeño problema de trabajo", dice con voz baja, casi como si fuera una advertencia, mientras se acerca más a mí.
Antes de que pueda decir algo más, me toma del brazo y me empuja suavemente contra la pared. La presión de su cuerpo es como un recordatorio de su fuerza, y mi respiración se vuelve entrecortada por el impacto. Sus ojos son fríos, implacables.
"Never ask questions you don’t want answers to," susurra en mi oído. Sus palabras son como un eco que reverbera en mi cuerpo, y aunque sé que no debería, una parte de mí se siente atraída por esa intensidad peligrosa.
El miedo se mezcla con una fascinación inquietante. Él no es solo el hombre que conocí hace unos meses. Hay algo más, algo que no puedo comprender completamente, pero que no puedo evitar desear entender.
Su rostro se acerca al mío, tan cerca que puedo sentir su respiración en mi piel. "No hagas preguntas que no quieres responder", repite con esa voz grave y seductora, dejándome sin palabras. El poder en su presencia es abrumador, y no sé si debo temerle o dejarme arrastrar por la tormenta que ha creado entre nosotros.
La distancia entre nosotros se reduce, y aunque mi mente grita que debo alejarme, mi cuerpo está paralizado, atrapado en un deseo peligroso.
Cuando finalmente se aparta de mí, lo único que puedo hacer es mirarlo, sin saber si estoy más aterrada o más intrigada por lo que acaba de suceder.
Me quedo ahí, congelada, mientras él desaparece en el baño sin decir una palabra más. La puerta se cierra tras él, pero en mi mente, la tensión persiste. ¿Qué es lo que realmente está ocurriendo aquí?