La luna aún brillaba en lo alto cuando el murmullo del claro se extinguió bajo el gesto firme del anciano del Consejo. Su mano levantada bastó para imponer silencio, y aunque su voz apenas fue un murmullo, todos lo escucharon con claridad.
—Necesito hablar con ustedes. En privado.
Elena sintió la tensión de Darian a su lado. El rey del Norte dio un paso al frente, interponiéndose entre ella y el anciano, como si con su cuerpo pudiera protegerla de una verdad que aún no conocían. Ilai, sin embargo, lo calmó con un movimiento sereno.
—Será en mi sala de consejo —dictó el alfa del Sur, su tono firme pero respetuoso—. Nadie más intervendrá.
Elena tragó saliva, insegura. Las emociones que había experimentado durante la carrera lunar seguían palpitando en su interior, mezcladas con un presentimiento que la oprimía. Pero la mano de Darian se cerró sobre la suya, transmitiéndole un calor estable. Ella asintió levemente, aceptando seguirlos.
Antes de entrar, los cuatro se apartaron de la multi