Los días transcurrieron con un silencio denso que parecía arrastrar a toda la manada hacia un mismo destino. Desde la última luna llena, el aire estaba impregnado de expectación, como si cada lobo respirara al unísono esperando el momento del ritual. Elena lo notaba, aunque aún no entendía del todo qué significaba ser parte de ese mundo. Los murmullos en los pasillos, las miradas evasivas, las patrullas reforzadas… todo hablaba de un acontecimiento que se avecinaba, y cuyo centro no era otro que Darian.
Desde dos noches atrás él había comenzado a prepararse. No con la furia y la arrogancia que solía mostrar cuando debía someter a un enemigo o demostrar su fuerza, sino con una serenidad que la descolocaba. Elena lo había observado, recordando la forma en que, incluso en su noche de bodas, él había contenido a su lobo por ella. Era como si su bestia quisiera entregarse, demostrar con actos su lealtad, su sumisión a la única que reconocía como su luna. Ese recuerdo, en lugar de asustarla