POV Darian.
Las cadenas me ardían. Cada movimiento hacía que la plata mezclada con acónito se hundiera más en mi piel, arrancándome la carne como si intentara recordarme una y otra vez que no era libre. El olor a metal y sangre seca me revolvía el estómago, y mi lobo rugía en mi interior, exigiendo libertad, exigiendo venganza. Yo ya estaba acostumbrado a este suplicio: cada luna llena, encerrado, como si fuera un monstruo rabioso que debía mantenerse lejos de los suyos.
Y tal vez tenían razón.
Pero en el instante en que percibí su aroma, todo cambió. Ese dulce perfume de luna, esa calidez que siempre me llenaba de paz, atravesó las rejas y me golpeó directo al pecho. Alcé el rostro, mis ojos rojos por la rabia, y allí estaba. Elena.
No… no solo ella. Sus pupilas eran dos brasas encendidas, una roja, la otra aún azul. Nix estaba presente.
—¿Qué demonios hacen aquí? —gruñí, tirando con furia de las cadenas—. ¡Llévenla de aquí! —le grité a Ian, porque sabía lo que podía pasar, sabía lo