(Punto de Vista de Luna Mancini – 13 de diciembre, 18 años)
La fortaleza sigue oliendo a limón y pólvora, pero ahora también huele a café recién hecho y a pintura al óleo. Mi estudio está en la torre oeste: lienzos por todas partes, pinceles en tarros de cristal, y una ventana que otra granada desactivada que uso de pisapapeles. Pintar es mi forma de gritar sin abrir la boca.
Hoy cumplo dieciocho. Y hoy, por primera vez, voy a romper la única regla que mis padres nunca escribieron, pero todos conocemos: no salir sola de la fortaleza sin escoltada.
Me miro en el espejo del baño: pelo negro largo hasta la cintura, ojos verdes que brillan cuando me enfado, y el colgante de luna creciente que Irina Volkov le regaló a mi madre el día que nací. Lo llevo siempre. Es mi amuleto y mi advertencia.
Bajo las escaleras descalza. La casa está en silencio porque todos creen que aún duermo. En la cocina encuentro a Anya (ahora con veintinueve años, mi hermana mayor en todo menos en sangre) preparando