(Punto de Vista de Catalina – 14 semanas de embarazo)
El calor de noviembre en Sicilia era una traición: por fuera parecía verano, pero el viento que bajaba del Etna traía cuchillas.
Yo estaba en la terraza oeste, la que da al viñedo, tomando el único cappuccino descafeinado que me permitía al día, cuando Santoro apareció corriendo con la cara pálida.
—Señora… han dejado algo en la verja norte. Y no es otro ataúd de cristal.
—¿Qué es esta vez? ¿Un piano lleno de serpientes?
—Peor. Es… una niña.
Bajé las escaleras tan rápido que casi me caigo. Dario ya estaba allí, con el torso desnudo y una pistola en cada mano, mirando fijamente la verja como si pudiera matar con la mirada.
En la puerta principal, atada con una cuerda de seda roja a uno de los barrotes, había una niña.
Tendría nueve o diez años. Vestido blanco inmaculado, lazos negros en las trenzas rubias, zapatos de charol. Estaba sentada en el suelo, con las piernas cruzadas, balanceando un osito de peluche decapitado. Y sonreía.