(Punto de Vista de Catalina)
Me desperté con el olor a café quemado y una alarma que parecía la sirena de un barco hundido.
—¡Código rojo! ¡Código rojo! ¡La cocina está en llamas! —gritó alguien desde el pasillo.
Salté de la cama tan rápido que tropecé con las sábanas y aterricé de bruces contra el suelo de mármol. Dario, que dormía como muerto a mi lado, abrió un ojo, me vio desnuda y boca abajo, y soltó una carcajada ronca.
—Buenos días, mi reina. ¿Entrenando para los Juegos Olímpicos de caída libre?
—Tu fortaleza se está incendiando, idiota —siseé mientras me ponía su camiseta (que me llegaba hasta medio muslo) y salía corriendo.
En el pasillo me topé con Enzo, completamente desnudo salvo por un delantal que decía «Beso al cocinero» y una manguera en la mano.
—¡Señora! ¡Es el horno nuevo! ¡El chef dijo que era táctico y explotaría si lo usábamos mal!
—¿Táctico? ¿Quién compra un horno táctico, Enzo?!
—¡El Capo! ¡Dijo que era «anti-sabotaje»! —gritó mientras rociaba espuma por todas