Andrei
Años antes
Elise estaba tensa mientras cenábamos lo que había preparado con esmero. A partir de ese día, yo mismo prepararía sus comidas o dejaría que ella lo hiciera. De ninguna manera otra persona volvería a pisar este departamento con ella a la vista, a menos que quisiera morir.
—¿Te gusta? —le pregunté.
—Sí, está bueno —respondió sin mirarme.
Sus modales en la mesa, contrariamente a lo que esperaba, eran exquisitos y fluían con naturalidad. Cada vez que cortaba la carne con expresión ausente, sentía cómo me endurecía más. Ella estaba hecha para ser médico, pero más aún para ser mía. Su frialdad y resistencia no intencionales eran atractivos señuelos para mi cuerpo, que ardía de deseo.
Esta noche, no había vino que acompañase mi cena. Mi vino había sido su sangre, y la bebí mucho antes. Ese sabor no era dulce, sino metálico; pero combinado con su sabor natural, resultó ser una mezcla deliciosa y adictiva.
«Quiero más», pensé, tratando de mantener la compostura y el pene den