Andrei
Época actual
Por fin tenía ante mí al último de los Bianchi. Si pasaron más de dos años para que cayera, no fue precisamente porque no pudiera encontrarlo, sino por el placer de torturarlo y hacerle creer que, si advertía a las demás familias italianas de desistir de acercarse al consejo, se salvaría.
Nada más lejos de la hermosa realidad. Su enorme cuerpo serviría para justificar ese ataúd gigante.
—Perché, mio signore? —sollozó Gino Bianchi, mientras miraba la punta de la pistola sobre su sien.
—Perché il debito non è stato completamente saldato —respondí, marcando demasiado el acento italiano para ofenderlo—. Me cago en ti y en tu puta familia. ¿Creíste que tú no caerías? Toda Italia caerá, así se me vaya la vida en ello.
—No quiero morir —dijo con dificultad.
—Troppo tardi —respondí, retrocediendo y admirando aquellos intestinos colgando de su abdomen—. No hay nadie aquí que te salve. De hecho, soy yo quien te salvará de sufrir más.
El hombre lanzó un grito que se acalló