Alistair
Querido hijo:
Tu madre se encuentra bien; está más feliz que nunca y canta para mí todas las noches. Dice que quiere verte a ti y a tus hermanos; todavía no se resigna a que ya no tiene ese permiso.
Espero que en tu siguiente carta vengas con buenas noticias y me digas que la has encontrado. Yo, más que nadie, quiero que vivas esa felicidad que solo puede darte tu objeto de deseo, tu alma gemela. Lo sabrás en cuanto la veas, que no te quede duda de eso.
Feliz cumpleaños número treinta y dos.
Doblé la carta, sonriendo ampliamente.
—Sí, padre, la encontré —susurré—. Emiko pronto llegará.
No le enviaría la fotografía de mi preciosa mujer japonesa, cuyos ojos, de un inusual tono marrón claro, me cautivaron desde el primer instante, así como la dulzura de su voz, esa manera de inclinarse respetuosamente y su disposición de siempre ayudar al que lo necesitaba. Lo que sí haría sería describírsela, pero también enfocarme en todo lo que me hacía sentir.
Yo no sería como mi padre, que