Valeria terminó de cerrar el cierre lateral de su vestido mientras su reflejo en el espejo le devolvía la imagen de una mujer hermosa y seductora.
Rojo.
Ese había sido el color que Enzo había elegido para ella.
Lo había dicho sin consultarle: “Rojo. Te queda bien. Quiero que lo uses.”
Y ella, por alguna razón que prefería no analizar demasiado, había aceptado. Últimamente buscaba complacerlo en todo. Estaba enamorada, aquello era una prueba clara.
El escote era profundo, pero elegante. Las mangas eran largas, de tul. Sabía que se veía bien. Lo sabía, pero no lograba sentirse cómoda. Todo esto era muy extraño. La gente no dejaba de cuchichear en su contra, y ahora había un evento, uno al cual estaba obligada a asistir. No sabía cómo sentirse al respecto.
Algo en su pecho se revolvía como un presentimiento.
—Mamá, estás preciosa —dijo Celeste desde la cama, con una sonrisa orgullosa.
Valeria se giró hacia sus hijas. Gabriela la miraba desde el suelo, donde jugaba con unas piezas de romp