Las últimas semanas habían sido tranquilas y agradables para Valeria, quien ya había creado una nueva rutina que consistía en llevar a sus hijas a la escuela, acudir al trabajo, almorzar con Bratt e ir a recoger a las pequeñas en la tarde. Rara vez las niñas salían antes de la hora habitual, así que muy poco las llevaba a la empresa.
Todo era simplemente perfecto y bien equilibrado.
Su relación con Bratt era buena. Seguían sin traspasar los límites de besos apasionados ocasionales, tampoco le habían colocado un nombre formal a todo aquello, pero le gustaba saber que podía contar con alguien.
Sin duda, su vida iba bastante bien.
Volver a saber de su familia también le alegraba. Por palabras de su madre, sabía que el restaurante era exitoso, que su hermana Verónica estaba a punto de graduarse de la facultad de medicina, que su hermano se había casado y que ahora le daría un sobrino.
Y aunque la noticia sobre la muerte de Ernesto le seguía doliendo, sabía que debía ser fuerte y seguir