Cuando Valeria finalmente logró liberarse, lo primero que hizo fue alzar la mano y darle una fuerte cachetada a Enzo.
El rostro del hombre se giró ligeramente ante el impacto, al tiempo en que una sonrisa apenas perceptible adornaba sus facciones. No parecía enfadado, parecía divertido con lo que acababa de hacerle.
—¡No vuelvas a ponerme tus sucias manos encima! —rugió furiosa.
Él la miró con intensidad antes de contestarle:
—¿Por qué? ¿Por qué no puedo besar a mi esposa?
Al escuchar la palabra “esposa”, el mundo de Valeria pareció tambalearse por un instante.
«Está bromeando. Yo firmé el divorcio», pensó con incredulidad.
—Déjate de bromas —siguió con el mismo tono. Firme y desafiante—. Si me fui de esa casa, si me fui de tu lado, era porque no quería volver a verte. Lo dejé claro en la nota. Así que no te aparezcas ahora a interferir en mi vida. ¡No te necesito! ¡No te necesitamos!
Al notar que ella hablaba en plural, la ira de Enzo regresó con mayor fuerza. Sí, se había deja