Australia era un país enorme con más de dos millones de empresas activas.
«¿Cómo diablos iba a saber en cuál de todas ellas trabajaba Valeria?», se preguntó Enzo con irritación, mientras no dejaba de mirar por la ventana de aquella lujosa suite.
Parecía una misión casi imposible. Su asistente ya se lo había dicho.
Lo peor de todo era que Valeria y las niñas estaban bajo un programa de protección o algo similar, lo cual le impedía conseguir información sobre ellas directamente en la embajada. Solamente sabía que estaban en el país; sin embargo, no sabía dónde.
—Señor Dubois, su madre llamó esta mañana —le informó su asistente personal justo detrás de él. Su tono era bajo y medido, como si en el fondo temiera molestarlo, pero no tuviera otra opción—. Dice que debe volver a Inglaterra urgentemente. Los accionistas se están preguntando por qué el CEO de la empresa tiene casi un mes alejado de sus ocupaciones. No hay nada que lo justifique, señor. Y se estaba empezando a hablar s