Dos semanas después, Francisco había dicho que quería conocer a su familia.
La idea la dejó temblando ligeramente.
Sus padres no se opondrían; estarían encantados con que llevara un novio, pero…
Sentía que era un paso demasiado importante. Definitivo. Y no sabía si era correcto.
No pudo evitar asomarse por la ventana, como si estuviera esperando algo, o alguien. Quizás una señal del cielo.
Sin embargo, nada llegó…
—Mamá —habló por teléfono, sintiendo el corazón acelerado ante el paso que daría a continuación—, necesito contarte algo.
—Oh, sí, cariño. Lo que quieras. ¿Cómo has estado?
—Bien, yo… —se mordió el labio inferior, mientras pensaba en cómo decirlo. ¿Existía una manera correcta de hacerlo? ¿Por qué era tan difícil?—. Madre, es que…
—¿Qué?
—Yo…
—Celeste, respira —le dijo su madre, notando su nerviosismo—. Me estás asustando, cariño. ¿Es algo malo? Dímelo e iré para allá inmediatamente.
—No es malo, mamá. Es una buena noticia —susurró bajito.
Lo era, ¿verdad?
—Entonces suéltala.