—Pensé que nunca te animarías a llamarme —la voz aterciopelada del hombre hizo que su piel se pusiera de gallina.
¿Estaba esperando su llamada?
No sabía por qué el hecho de saberlo la ponía más nerviosa que antes.
—Señor Velazco, ha sido usted un excelente comprador —dijo con un tono que bien podría compararse con el de una persona en medio de un comercial de televisión—. Lo mínimo que podía hacer, luego de que tan amablemente me facilitara su tarjeta, era llamarlo para saludarlo.
—No, no. Nada de "usted" —le regañó de forma suave—. No soy tan viejo, Celeste. Solo tengo treinta años.
—Lo siento, no quise hacerlo sentir viejo.
—Entonces deja de hablarme como si fuera un anciano.
—Está bien, Francisco —dijo con un titubeo.
—¿Qué tal si nos vemos?
Su corazón comenzó a retumbar fuerte en su pecho cuando escuchó la invitación del hombre.
—¿Hoy?
—Es un día tan bueno como cualquier otro. Si quieres, claro —completó sin la intención de presionarla.
—Yo creo que…
Hacía tanto tiempo