Eva
—¡No, no, Damian! ¡Damian! —escuché los gritos desde la madrugada y corrí a las habitaciones superiores. Estas eran las desventajas de no haber pegado un ojo literalmente en siglos.
—¿Qué sucede? —pregunté al llegar al último piso, en la habitación del alfa. Leticia ya estaba ahí, preocupada.
—La Luna… tiene pesadillas —respondió, y empujé la puerta. Encontré a Cerebrito enredada en las sábanas de la cama de su mate. Había tenido un pésimo día: se había separado de su alfa hacía pocas horas y había llorado sin parar. Honestamente, no sé cómo no se había quedado sin lágrimas. Su pequeño cuerpo temblaba con cada sollozo y no se había levantado desde entonces. Nora no estaba, y ella y Cerebrito eran como colmillo y caries, inseparables. Ahora yo era responsable de su protección.
—¡Luna! ¡Luna! —la levantaba tomándola por los hombros mientras se agitaba en la cama. Me había rogado que la trajera aquí, donde estaría más cerca de su mate. Ella no era loba, pero creí que podía sentir el