Ricardo
—¡Papá! ¡Solo escúchame!
—¡Basta! ¡Basta, Ricardo! Sé que estás golpeado por la situación y por lo de tu madre. ¿Crees que yo no lo estoy? ¡Es mi mate, por todos los cielos! —chillaba mi padre.
Nos habíamos quedado unos pocos guerreros y la comitiva más cercana de Sombras de la Noche. Damián se había ido pavoneándose, había terminado como el salvador y eso no era nada, nada de lo que había imaginado.
—¡Él tiene que ver, lo juro! —indiqué. Él se acercó, me tomó por el cuello de la camisa y me sacudió. Obviamente no estaba tan débil como pensé.
—¿No ves lo mal que quedamos? Si hubiese sido él, el rey, los Herejes… ¿no entiendes la mala situación en la que estamos? ¡Se suponía que tú te habías encargado de proteger la manada! ¡Hay protocolos, Ricardo! Preparamos el último reto y lo único que había que hacer era que la manada estuviera tranquila para que pudiera decidir. ¡No habían pasado horas cuando fuimos atacados! ¡Por humanos! ¡Por humanos, Ricardo! ¡Nada más y nada menos! —r