Julieta
Debimos habernos quedado en la cabaña semidestruida, pensaba. Damian no estaba del todo bien, y yo… simplemente no podía dejarlo. Me había mentido, me había dado sus explicaciones, y en parte las entendía. Pero habíamos estado tan cerca, y estos momentos, a centímetros de él, mientras me abrazaba y sujetaba… se sentían como el lugar correcto. Y había visto ese tatuaje, esa fecha, y él lo confirmó. Empecé a mover su camiseta rota; quería ver más, pero ese rugido despertó todas las alarmas en mí.
—¡Cuidado!
Fue tan rápido que apenas pude procesarlo. Un lobo blanco emergió entre la niebla con una furia descomunal. Era enorme, cubierto de cicatrices, con los ojos ardiendo como brasas y las fauces abiertas en un rugido que me heló la sangre. Damian me colocó detrás de él, sin dudarlo y se interpuso entre nosotros justo cuando la bestia se lanzó.
—¡Atrás, Julieta! —gritó, y lo último que vi antes de caer al suelo fue cómo las garras del lobo destrozaban el aire.
El choque fue brutal