Damian
Estaba herido, el acuerdo, el pacto de sangre, había sido doloroso y cada vez que me alejaba me reclamaba. Ronan lo combatía, aunque él también lo había aceptado como opción. No tenía alternativa, y lo sabía.
—Estoy bien, lo prometo —le seguía diciendo.
—No te muevas —me pedía ella. La herida se iba cerrando, había perdido sangre, pero no podía dejar de mirarla. Algo en ella había cambiado. Sus manos eran cálidas, su expresión preocupada pero suave, sus ojos brillaban.
—Tenemos que salir de aquí —le dije, intentando levantarme.
—No puedes moverte ahora, necesitas descansar —indicó ella con su voz de doctora, y acaté lo que dijera.
—Lamento no haber hablado contigo, no haberte protegido como debía. Nunca debiste haber caído en manos de los Herejes. Te usarían en mi contra. Pero no solo porque eres mi mate: eres valiosa, Julieta. La más valiosa —dije, y ella se relajaba.
—Yo lamento no haberte escuchado. No debí salir corriendo de esa manera, porque huí sin mirar atrás es que p