Damián
Las garras y los colmillos se mezclaban con el estruendo metálico de las armas. El aire olía a pólvora, sangre y tierra quemada.
—¡Busquen a Ricardo! —grité con la voz desgarrada—. ¡Hasta que él no esté detenido, esto no terminará!
Corrí hacia el centro de la manada, donde el fuego iluminaba los muros ennegrecidos. No hacía mucho; habían sido testigos del reto en el que yo había ganado y luego Ricardo había atacado su propia manada. Se había declarado alfa y vencedor, arrasando con los que no estaban de acuerdo.
Los guerreros enemigos buscaban provisiones; los gritos se mezclaban con el ulular del viento. Vi a lobos heridos arrastrarse, intentando alcanzar sus armas. No les di tiempo; cada golpe mío liberaba una onda de energía que recorría la tierra. Era como si el planeta entero rugiera conmigo. Los enemigos caían como hojas secas ante la tormenta.
—¡Damian! —gritó Octavio desde mi izquierda—. ¡Nos rodean por el norte!
—¡Déjalos venir! —bramé.
Un grupo de lobos enemigos sali