Damián
Corríamos entre los árboles, una ráfaga de cuerpos en movimiento. Detrás de mí, el rugido de mis guerreros resonaba como un trueno contenido. Sombras de la Noche estaba cerca. Ricardo no sabía lo que se le venía. El poder de la tierra vibraba bajo mis pies, uniéndose a mi pulso. Era como si fuera ónix líquido corriendo por mis venas.
—¡A la señal nos dividimos! —grité.
La noche entera temblaba con nuestro avance. Cuando los primeros túneles aparecieron ante nosotros, me interné sin dudar. El eco de mis pasos rebotaba en las paredes húmedas. El poder del ónix ya no me dañaba, sino que me atravesaba como fuego, pero no me quemaba. Al contrario, me fortalecía. Mi cuerpo lo absorbía y, a través de mí, mis guerreros podían avanzar sin sufrir el veneno de la piedra.
—¡Damián, por aquí! ¡Te necesitamos! —decía esa voz hermosa. La había encontrado de nuevo, pero esta vez no sonaba angustiada ni temerosa. Confiaba en mí. Ronan confiaba en mí, como si la diosa Luna misma lo guiara.
—¡Dam