Ricardo
—Se lo dije, alfa Pascal, le dije que ese bastardo lo iba a estafar. El engaño está en su sangre humana, no lo puede evitar. Se lo dije y no me creyó. ¿Por qué? Por su gran ambición por Ciudad Ónix, ese lugar de pacotilla, contaminado, lleno de humanos y vampiros— resoplé mientras estaba sentado en su salón. Mi padre estaba cada vez más cansado, su cuerpo viejo ya no daba para estos esfuerzos, así que me tocaba tratar estos asuntos.
Siempre me había parecido que los Herejes de la Noche eran una pobre manada porque así lo querían, porque así les gustaba vivir: en la suciedad, en la ruina. Pero cada vez que pasaba tiempo con ellos, me daba cuenta de que quizás no lo podían evitar. Que eran así porque no había otra manera de ser. Porque habían pasado años, décadas, inclusive siglos siendo de esa manera. Siempre encerrados, sin ver otras manadas, odiando lo exterior, que aunque ahora vieran cómo era en otros lugares... simplemente no podían cambiar.
Había sido invitado aquí por un