Damian
—¡Alfa, alfa… ganaste, ganaste! Sabía que lo harías —me decía Octavio, abrazándome. Había llegado a la manada de los Herejes de la Noche con un grupo de gente importante: trabajadores, la ayuda que prometí. Parecía que habían pasado meses desde que salí de Ciudad Ónix, camino al último reto. Desde que me había apartado de mi Julieta.
—¿Dónde está ella? Dime que está bien…
—Está con el Duque… pero la perdimos, alfa. Hay un equipo buscándola; fuimos atacados por la hechicera —me explicó él y sentí que todo el aire se escapaba de mis pulmones; tuve que sentarme para procesarlo.
—No, no puede ser…
—No sabemos dónde está; no siento dónde está —lloraba Ronan. Habían pasado tantas cosas, un evento caótico tras otro; había estado en modo supervivencia. Pero ahora el vínculo de mates me golpeaba salvajemente, como una ola poderosa, un tsunami que no podía afrontar.
—No debió venir, no debió salir… —murmuré, sin encontrar consuelo.
—Lo intentamos todo. Iba en un grupo protegido; nos sob