Eva
La estúpida hechicera sonreía con esa suficiencia que me daba ganas de arrancarle los dientes de una bofetada. Había recitado su tonto mensaje destinado a unos lobos que tampoco nos interesaban, y comenzó de nuevo su función atroz.
¡Aquí vamos otra vez!
La tierra tembló, y un remolino de rocas y polvo se formó con un rugido atronador. La mujer levantó los brazos y lanzó el torbellino hacia nosotros con la furia de una montaña desatada. Me cubrí con las manos. No tuve tiempo de reaccionar cuando una sombra se interpuso frente a mí.
—¡No! —alcancé a gritar, demasiado tarde.
El Duque recibió el impacto. Una piedra inmensa le atravesó el costado, cerca del corazón, lanzándolo contra el suelo con un estruendo. Vi la sangre brotarle por la boca, oscura y espesa, manchando su piel pálida. Me solté las piernas y me arrodillé junto a él.
—Duque…Teodoro, no, no, no... —susurré con un nudo en la garganta que no recordaba haber sentido en siglos.
Le había recriminado sus tontas decisiones, su