Ricardo
—¿Dónde están? ¿Dónde demonios están esos desgraciados? ¿Por qué no se ajustaron al plan? —golpeaba enfurecido a un hereje. Vengador lo había encontrado merodeando por los alrededores; sabíamos que estaban interesados en el reto.
—¡Se supone que éramos aliados! ¿Y mira cómo nos pagaron? —gritaba mientras dejaba la cara pálida del hereje llena de moretones y sangre. Mis puños me dolían, tenía los nudillos rotos. Había intentado de todas las maneras tener el control de lo que sucedería, pero había sido en vano. No tenía nada.
Mi padre ya no me apoyaba, no enteramente. Los cazadores habían irrumpido a voluntad en la manada, acabando con todo. Los herejes no respondían a nuestros pedidos; lo más probable era que nos atacaran por la espalda como los cobardes que eran. Damián se preparaba, planificaba y podía avanzar. Esa visión del segundo reto me decía que no iba a ganar. Y mi madre… mi madre… no se levantaba.
—¡Estúpido! ¡Maldito! ¡Lo vas a pagar! —grité descargando mi odio y mole