Damian
—¿Tenemos noticias de la ciudad?
—Aún no. Solo que los Herejes hicieron una avanzada extraña, pero está siendo contenida. Fabrizio está allá y su ayuda no tiene precio. —contestó mi hermana.
—Gracias a la diosa —murmuré mientras caminábamos hacia la frontera de Sombras de la Noche. El traje de guerrero de la ciudad se cernía a mi cuerpo; era gris oscuro, y el sello en mi camiseta mostraba una luna erguida tras el perfil de los edificios. Éramos lobos, hijos de la luna, pero la ciudad era nuestro verdadero corazón. El lugar de las oportunidades, el refugio donde humanos y lobos podían convivir en paz. Teníamos pocas horas para cerrar los arreglos finales antes del último reto, y aún me quedaba una visita ineludible. Ya no se trataba de si yo ganaba o perdía, o al menos la situación era peor que eso. ¿Cómo se lo tomaría Ricardo si perdía? ¿Nos atacaría? Y si ganaba, tampoco el panorama era positivo.
—Si pierde, no va a soltar la manada tan fácilmente. No confio en ese Consejo ta